ONTRA lo que se pregona en estos tiempos del calentamiento del planeta y un cambio climático orientado, al parecer, hacia el secarral o el desierto del Sahara-crucen de página y vayan a la siguiente, a la 13, para ver quiénes tienen voz y pulmones para pregonar bien pregonado, las vendejeras, mujeres a las que Bilbao y Labayru Fundazioa acaban de homenajear...- , resulta que ahora acabamos de vivir el tercer noviembre más lluvioso del siglo y el segundo más frío. Malo para los huesos y para quienes predicen un planeta en llamas de aquí a unos años. De Todos los Santos a San Andrés, noviembre, que tantos años ha sido mes de cosechas, tiene la fea costumbre de hacer lo que le viene en gana. Y lo mismo hubo años en los que nos solazamos a su sol que aún castiga que otros, como el presente, en los que tenemos que salir en estampida por el granizo.

La gente del campo que aún conozco, tan ligada siempre a la climatología, invoca un sinfín de veces al santoral al no tener bien cerca al pastor del Gorbea. A más de uno he escuchado decir que San Juan trae el infierno, y San Andrés el invierno. Puede añadirse que no es sino otra manera de asomarse al infierno, teñido en blanco.

Anda Bilbao estos días por la calle entre arreones, por la consecución de chaparrones, y escalofríos. Uno diría que es la consecuencia lógica de lo que acaba de detallarnos la gente de Euskalmet pero no lo tengo del todo claro. En el café de media tarde una voz de mal agüero recordó que hoy se reune de nuevo el LABI, para según quienes un espejo de los tribunales de la Santa Inquisición de siglos atrás (siempre hay gente exagerada a la hora de juzgar las cosas...), ya ya comenzaron los escalofríos en alrededor de la mesa del café. Y les aseguro que la temperatura era tan agradable como un abrazo.

En fin, que la buena nueva nos asegura que Euskadi no está a un paso del deshielo ni de la desertización y la mala es que no hay manera de sacudirse de encima esta pandemia que nos deja helados. Uno de los contertulios del café se agarró a un triste consuelo: si en este puente que se avecina no voy a poder desplazarme como quisiera, que llueva a cántaros y no me dolerá tanto quedarme encerrado en casa. Lo peor del asunto es que la inmensa mayoría de los presentes asentían con saña. Sí, claro que sí, decían.