ISCULPEN mi ignorancia. Centrado en el universo de las letras desde la más trepidante adolescencia, las matemáticas se me escapaban entre los dedos como una lubina salvaje recién pescada. Más de tres números encadenados se me atragantan en mis entendederas así que si está equivocada mi visión, les pido mil perdones. Ya está listo el impuesto de plusvalía después de que el Tribunal Constitucional declarase nulo el método utilizado para calcular la base imponible. La idea parece sencilla: quieren que el tributo a pagar como plusvalía se adapte a las fluctuaciones del precio de la vivienda para reconocer la ganancia real y la realidad del mercado inmobiliario, como reclamaba el alto tribunal. ¿Se acuerdan de cuando los pisos costaban un ojo de la cara o un riñón? Fue hace no tanto, a comienzos de este siglo y cuanto menos hasta la crisis de 2008. Hoy siguen siendo el gasto más elevado del común de los mortales, no lo niego, pero aquello que compraste por, qué sé yo, medio millón, se ha devaluado si tienes ganas y ocasión de venderlo. Digamos que la plusvalía se quedó en el bolsillo de aquel primer vendedor.

La ley viene a decir ahora, tras el guirigay montado, que es necesario ajustar los números, adaptarlos con precisión a los tiempos de cinturón estrecho. Según lo entiende un profano en la materia como quien esto escribe, van a crear unos nuevos coeficientes que se aplicarán sobre el valor catastral y que se actualizará cada año para recoger la verdadera situación del mercado. Que los impuestos vayan al ritmo de la calle, como una guitarra se acompasa a la voz de un buen cantante para darle brillo y luz a una canción, es algo que parece lógico. De cajón de madera de pino, que decimos los ignorantes. Que lo haya tenido que decir, a voz en grito, el Tribunal Constitucional es lo que suena a cosa de locos.