ISTA la vida urbana como uno de esos intrigantes o intensos juegos de mesa (el risk, el trivial o el scrable, pongamos por caso...), lo cierto es que en el duelo librado entre el peatón y el vehículo el primero lleva acumulado un suculento botín, una curiosa ganancia que le da ventaja en el tablero. Hay quien piensa, también es cierto, que van dificultando el paso de los automóviles por la ciudad como si fuesen una horda de salvajes que nos han invadido durante años y no es para tanto, supongo. La idea es hacer un Bilbao sotenible e inclusivo. Y como quiera que la inmensa mayoría tiene un par de piernas que no contamina y un porcentaje menor de la ciudadanía gasta un puñado de ruedas a motor que sí lo hace, la decisión parece clara: que pasen a pie los primeros.

Llega ahora la noticia de que se cerrará al tráfico esa parte de la Gran Vía que va de la Plaza Circular a Alameda Urquijo. Basta con cerrar los ojos y dejar volar la imaginación. Uno se detiene entonces en la ensoñación de una suerte de bay-pass urbano que facilite la circulación del viandante y desatasque esa aorta principal de la ciudad. No se atisba, ya les digo, contraindicación alguna. Van a dejar paso libre al transporte público y las bicicletas para no cegar el paso rodado.

El propósito es que descienda la contaminación, que baje el número de emisiones. Uno lo escribe con este lenguaje medioambiental como manda la diosa Naturaleza pero basta con teclear la palabra emisión para que, a según que edad, te vengan a la memoria las cartillas de racionamiento que se emitían -y se falsificaban en el mercado negro, que todo hay que decirlo...- o aquellas otras emisiones radiofónicas de media tarde, cuando Elena Francis se sentía como la mejor consejera de nuestras vidas. Es la puñeta que le hace a uno la vieja costumbre.

A todo esto hay que añadir el aumento de metros ganados para los bidegorris, como si se pretendiese que Bilbao acogiese en su seno una etapa completa del Tour de Francia. Eso ya lo hemos visto en la vieja Europa años atrás. En la hermosa Ámsterdam, sin ir más lejos. Lo que ocurre es que allí la ciudadanía está licenciaada en ciclismo. Casi diría que muchos tienen cátedra. El Bilbao de las bicicletas que ya estamos viendo no es lo mismo. Los y las ciclistas se cruzan dónde y cuando no deben, zigzaguean al perder el equilibro o se suben a las aceras. Son buena gente, no digo que no. Pero en algunos casos, un punto aprendices.