BA a escribir, con toda la buena voluntad del mundo, un concepto que encaja con las medidas que van tomándose para hacer de Bilbao una tierra limpia de polvo y paja. Ciudad quirófano es la fórmula elegida. Sobre todo en contraposición con aquel otro Bilbao de los años setenta y ochenta, embadurnado con hollín y otros productos tóxicos que cubrían a la ciudad con una capa mugrienta y la consabida txapela de humos. Iba a escribirlo ahora, que acaban de anunciarnos que el corazón de la manzana, el mismísimo centro de Bilbao, será declarado zona de bajas emisiones de aquí a un telediario: en el cerquísimo 2023. Iba a escribirlo así, sin segundas, hasta que una voz a mi espalda me ha chistado "ten cuidado, no sea que las navajas de Abando sean tomadas por bisturís". Qué manía esta de aguar la fiesta, dicho sea no por la voz sino por los navajeros.

Las ordenanzas que procurarán el prodigio buscan descarbonizar las urbes, mejorar la calidad del aire y mitigar los ruidos, a la vez que facilitarán el uso de medios de transporte limpios (ninguno lo es más que la sempiterna bicicleta que tiene el don, además, de pasaportarnos a la infancia...) tan propios de otras ciudades. Esa misma voz refunfuñante me insinúa que el espejo de Barcelona, siendo bueno, es deformante. "Allí no tienen las cuestas de Bilbao". ¡Carajo!

No claudico ni me resigno. Las noticias sobre el nuevo Bilbao nos las trae, consiento, el correo del zar. Sabrán ustedes que ese legendario cartero superó mil y una vicisitudes y desventuras, pero llegó a su destino. A la voz refunfuñona de mi espalda le digo ahora que van a volver a celebrar el mercado de Santo Tomás. ¿Qué? ¿Cómo te quedas? Me mira de arriba abajo y con una media sonrisa que disimula un colmillo sediento de sangre me lanza su veredicto: seguro que ese día llueve.