N el nombre de la larga vida. Así ha brindado la humanidad a lo largo de los siglos. No faltan, claro está, quienes reniegan de los achaques, de la soledad o de mil y un inconvenientes que llegan aparejados al paso de los años. No es agradable, eso parece claro. Pero escuchemos al legendario cineasta Ingmar Bergman, quien tuvo la clarividencia de advertirnos, por esperiencia propia, que "envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena".

Viene a este rincón esa mirada, ahora que coinciden, en tiempo y espacio, la celebración del Día de las Personas Mayores y la misa memorial en recuerdo P. José Ramón Scheifler Amezaga. Tenía 101 años de edad, 68 de sacerdocio y casi medio siglo de docencias y reflexiones a sus espaldas, como si fuese un coleccionista de experiencias y conocimientos, de lecciones y consejos repartidos a su alrededor. Tenía un siglo entero de vivencias y esa mirada libre de la que hablaba Ingmar. Puede decirse que era uno de esos prototipos de buena gente que llegan a la meta con todo dicho y andado, con cuatro ideas firmes y mucha cintura para esquivar los embates de la vida.

Pueden tomarle como ejemplo -no hace falta, no, que corran a ordenarse en el sacerdocio...- de vida con interés. No era un caso único pero sí una rara avis, un ser humano mayúsculo. Hay algunos así a esa edad pese a que han tenido tiempo de sobra para equivocarse, algo de lo que rara vez se arrepiente alguien. Lucio Anneo Seneca, viejo filósofo cordobés, nos dijo que la vida es como una pieza teatral; no importa cuánto haya durado sino cuán bien haya sido representada. Bella y hermosa frase, es cierto. Pero suya es también esa otra que decía que nadie es jamás tan viejo que después de un día no espere otro.