L que la hace, la paga. Es una vieja norma de la calle, como la célebre ley de la botella cuando juegas al fútbol callejero y otras muchas que se reúnen en una norma universal, con nombre orgánico, el efecto mariposa, que tiene una lectura poética: el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tempestad en Nueva York. Hoy se conoce como una de las leyes esenciales de la teoría del caos.

Vengo a contarles todo esto porque un puñado de jóvenes que hicieron botellón en Mungia en la onomástica de San Pedro pueden verse recogiendo las basuras del municipio, qué se yo, el día de San Miguel. Es lo que han pedido sus padres: un castigo clarificador para los chavales que se pasaron la ley (tan ligada, estos días, a la salud pública...) por el forro de sus libertades. Es lo que han pedido algunos progenitores: un castigo que culpe a los culpables.

Bien. Hasta aquí la marioneta de esta noticia parece movida por los hilos de la lógica. Que paguen los culpables. Los jóvenes de este relato son los culpables de abrir la caja de Pandora de los riesgos sanitarios. La pregunta que trae consigo una incertidumbre es otra: ¿Quién es el culpable de que esa misma juventud no aplique los valores sociales a la convivencia? Y ahí surgen las dudas. Si uno no es capaz de orientar a sus hijos hacia ese camino, el de no poner en riesgo al prójimo con tus acciones, de algo se le puede señalar. Será un incapaz o una dejada. Una blanda de espíritu o un despreocupado. Alguna culpa tendrá. Porque son, somos, los encargados de transmitir esos mismos valores para la convivencia. Pero vaya, vaya usted a explicárselo a los padres. Vaya a decirles que si a su hijo le da igual lo que ocurra en Nueva York cuando una mariposa vuela en Hong Kong, algo habrá hecho mal. Dígaselo y prepárese para las consecuencias, que las habrá.