A exclamación es justo esa: ¡Que salga el sol! ¿Qué sol?, se preguntarán los más curiosos. Ahora que vivimos los días con más luz del año por supuesto que se anhela el climatológico, emboscado entre nubes y tormentas de verano. Pero se echan de menos muchos otros, entre ellos el de la esperanza. El comercio espera como agua de mayo las rebajas de junio y julio. Es lógico que así sea, vivido el suplicio de tanto tiempo de sequía entre las ventas y las compras. Ese páramo trajo consigo, en según qué casos y circunstancias, terribles consecuencias que han afectado a un buen puñado de trabajadores que se han puesto en pie de guerra para ganarse su pan. Muchos currelas del sector textil anuncian que se van a la huelga para regularizar sus puestos de trabajo o, lo que es lo mismo, para colocar sus salarios a un nivel aceptable.

Lo textil, la ropa. No es fácil dar con ese purasangre salvaje. Acabamos de vivir, por ejemplo, el desembarco de Primark y el salto del pueblo llano hacia sus baldas. Pero también conviven en esa casilla los hombres y mujeres del pequeño comercio que en no pocas ocasiones han hecho juegos malabares para mantener uno o dos empleados y sus sueldos sin tocar, lo que no es poco.

El sol de las rebajas que se avecinan se aguarda con intensidad. Es bien sabido que, como acostumbra, templará los huesos de las cajas registradoras y llenará los armarios de ropa nueva y asequible a la prenda más peligrosa de todas: el bolsillo. Se le espera como esperaban los egipcios a Ra, dios del sol. O los aztecas a los primeros rayos de la mañana. También quiere el pueblo llano que todo se alumbre y en el aire se respira, a estas alturas, una tensión propia de las recta de salida de unos Juegos Olímpicos, donde tanto hay en juego. Veremos cómo se resuelve todo este cacao. No es fácil, lo sé. Pero no podemos ni debemos caer en la trampa y seguir a oscuras.