LLÁ en las faldas del río Genil, la aldea cordobesa de Jauja fue la cuna de José María, El Tempranillo, el más célebre de los bandoleros andaluces, así que para buscar las fuentes originarias de la expresión "¡esto es jauja!" habrá que cruzar el océano y llegar a la otra localidad del mismo nombre, allá en Perú. No en vano, hablamos del imaginario lugar que Lope de Rueda describe en La tierra de Jauja, el paraíso donde a la gente le pagaban por dormir, los árboles daban buñuelos en vez de fruta y las calles estaban pavimentadas con yemas de huevo. Allí, en aquella tierra rica en minas, se ubica el cuento.

La fantasía, quiero decir. La misma en la que se han sumergido un puñado de compatriotas en cuanto se ha levantado el estado de alarma y los tribunales supremos han dicho que sí, que queda decretada la libertad de tránsito. Han sido tantos días de privaciones que el personal más inquieto se ha lanzado al disfrute y el alborozo, como si todo fuese un punto y aparte. O peor aún, un punto y final. Como si fuesen ciudadanos de Jauja, vamos.

Tal circunstancia complica el gobierno, embrollado en el pandemónium que se ha originado en cuanto se ha frenado el ritmo de la pandemia; en el trajín de las vacunas y en el descuido de las medidas de protección. No ha de ser sencillo mantener firme el timón en medio del oleaje, supongo. Hay un par de generaciones en edad de quemar la vida que se sienten inmortales, que anteponen la felicidad en primera fila y que defienden antes su estilo de vida que la propia vida de otros. Ahí se enclavan mucho de los adoradores de Jauja y muchos de nosotros, que ya pasamos por esas tierras años atrás, sabemos que no es fácil frenar a la sangre que se encabrita como un caballo salvaje. Es cosa de la edad.

Cómo actuar, se preguntará el gobierno, sin asaltar las normas que dicta la ley pero protegiendo a otro par de generaciones que conviven con estas cabralocas. Es un puzle de tropecientas piezas. De momento llega la noticia de que quiere acelerarse, hasta la máxima velocidad posible, la inoculación de las vacunas a la quinta de los cincuentones. Van a apretar el acelerador entre quienes rondan los cincuentaitantos para protegerlos de tanto contacto con sus hijos, con la juventud a cuyo lado trabajan de lunes a viernes. Es una profilaxis, una medida de protección. Como no fuimos capaces de educarles en solidaridad en muchos de los casos no queda otra.