ADA viaja a mayor velocidad que la luz, con la posible excepción de las malas noticias, las cuales obedecen a sus propias leyes. Ni siquiera el ritmo de la vacunación que, al decir de los expertos, ya está cogiendo velocidad de crucero. La orden, como bien saben de tanto como se ha repetido, es vacunar por edades a una de esas alturas de la vida tan extrañas que cambian incluso en su forma de recuento. No en vano, a partir de los 50 se celebran los cumpleaños por décadas. Pues mira, si ves como que te acercas al límite del horizonte, esto tiene una ventaja: después de los 70 sabes que no puedes perder un golpe, debes ser absolutamente certero, y ese es muy buen programa de vida. Ya no puedes darte el lujo de andar desperdiciando oportunidades. Todo lo que hagas debe dar en la diana.

Crece el ritmo porque se agranda la urgencia. A según qué edades, como les digo, no hay tiempo que perder. Desde la aparición de la vida tangible en la tierra debieron transcurrir 380 millones de años para que una mariposa aprendiera a volar, otros 180 millones de años para que brotase una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa, y cuatro eras geológicas para que los seres humanos, a diferencia del bisabuelo pitecántropo, fueran capaces de cantar mejor que los pájaros y de morirse de amor. Hoy no hay reloj capaz de medir estas maravillas. Todo es para ya.

Lo pude comprobar ayer mismo, al pasar por delante del pabellón de La Casilla. La gente se arremolinaba con apuro y avanzaba en la cola a pasos cortos y apresurados, como si corriesen el riesgo de contagiarse diez minutos antes de ponerse la vacuna. El espectáculo da un nosequé de vértigo, con el personal apurado y protestón, con los listos de siempre haciéndose los longuis en la cola, con la vida pidiendo número.