L acervo popular estadounidense, procedente de una vieja tradición europea medieval que exportaron los colonos, lleva más de cien años celebrando el Día de la Marmota, un método folclórico usado por los granjeros de Estados Unidos y Canadá para predecir el fin del invierno, basado en el comportamiento del animal cuando sale de hibernar y contempla o no, su sombra. Más allá de la antigua costumbre, ¿Quién no recuerda a Bill Murray despertándose una y otra vez a las 6.00 de la mañana del 2 de febrero con las voces de Cher y Sonny Bono en la radio cantando machaconamente I got you babe? Tal vez la comedia dirigida por Harold Ramis en 1993 no sea del gusto de todos, pues lo que a algunos les dispara la risa floja exaspera a otros. Pero lo que nadie puede negar es que Atrapado en el tiempo consiguió acuñar una expresión en la cultura popular: desde entonces, el Día de la Marmota designa toda situación irritante que se repite cíclicamente sin que podamos evitarlo.

La dichosa marmota merodea estos días, semanas y meses entre nuestros hábitos, provocando la sensación de que todo se repite una y otra vez, como si viviésemos en un laberinto sin salida. Llega ahora el nosecuántitos cierre perimetral, los días oscuros que se elevan a la enésima potencia; las inagotables protestas de la hostelería que se siente como el muñeco de pimpampum de la feria, y, lo que es más doloroso de todo, los incontables contagios y las inconsolables muertes. La puta marmota, dicho sea con perdón de los oídos sensibles y como desahogo de tanta fatiga, se ha convertido para el pueblo que vive en sociedad en un animal maldito y odioso. Tanto o más que la bufonesca película de Bill Murray.