O hay crédito más solvente que el que concede el Banco de Alimentos: financian la supervivencia cuando la vida se le declara a uno en bancarrota. Al menos le quitan de encima la mayor de las preocupaciones: comer a diairo. El prodigio se redondea si se tiene en cuenta que no hay otro interés que el de ser buenas personas ni otro plazo que el de la siguiente nevera vacía. Tienen tanta discreción que hacen llegar el pedido a más de uno sin forzarle a exhibirse en la cola del hambre, habida cuenta de que para alguna gente venida a menos la apariencia es el único orgullo que les queda. Incomprensible, ya lo sé. Pero tan real como la vida misma.

El dramaturgo Bertol Brech nos dejó dicho que robar un banco es un delito, sí; pero que crearlo es otro mucho más grande. Dicho sea con respeto a mucha de la gente que trabaja en ventanilla, en sucursales o de empresa en empresa (antaño, incluso, de puerta en puerta...), conozco a poca parroquia que no disimule una sonrisa cuando escucha esa reflexión. Por supuesto, en el caso del Banco de Alimentos esa idea pierde todo su gas.

La buena gente que maneja esa caja de caudales en Bizkaia acaba de presentar la memoria del año pasado, un tiempo que jamás olvidaremos. La llegada del covid trajo consigo desgracias y desdichas en el campo de la salud, cómo no. Pero también en muchas otras tierras. Creció la gente necesitada (en hambre, quiero decir...) y disminuyó la posiblidad de arrimar el hombro, por aquello de la distancia social. No menguó la disposición de la buena gente para mantener el caudal de alimentos pero ha tenido que ser todo un pandemonium organizar la recolecta y el reparto. Con todo han repartido casi cuatro toneladas y media de alimentos entre quienes no tenían acceso a sentarse en la mesa a su hora. A ninguna hora.

¿Cómo lo habrán logrado? Hay milagros sobre los que no conviene investigar su origen. Con sacrificio, con entrega, saltándose la... ¡basta! en días como estos no es pertinente preguntar tanto. Es, como poco, un asunto de mala educación. En el momento en que levanten la mano y pidan sopitas ellos, que tantos platos de sopa han llenado, hay que estar a su lado. Eduardo Galdeano dijo que si la naturaleza fuera banco, ya la habrían salvado. Este es un banco natural.