A escena se resume en una sola viñeta. Mafalda entra en una tienda de ultramarinos y le pregunta al dependiente. "Buenas tardes, señor. ¿Podría decirme si salió ya alguna vacuna contra la mala sangre?". Ahí se acaba el gag que mantiene, eso sí, la alta eficacia de una píldora eficaz. Eso es justo lo que le pedimos a una vacuna: que ejerza como muro de contención y cuando se cierne sobre nuestras cabezas el diluvio sea capaz de propiciarnos una tarde de sol. Como la de ayer, sin ir más lejos. La duda sobre los efectos secundarios de cualquiera de las vacunas contra el covid que empiezan a desplegarse a nuestro alrededor es tan fugaz que, si la ve o la escucha, una estrella pide un deseo en noches de luna clara. ¿Es posible que se abran pequeñas grietas en el muro? Tal vez, pero sin peligro alguno detectado para que reviente la presa. Son inconvenientes o molestias pero no daños de alto voltaje. El miedo sobre los efectos secundarios que se ha detectado en ciertos sectores de la población obedece a cierta curiosidad: habida cuenta que un considerable sector de la población no acostumbra a vacunarse, desconoce lo que implican esas molestias, pasajeras en la inmensa mayoría de los casos. Digamos, en un ejercicio de sencillez, que todo los días se produce algún atropello pero cruzamos la calle millones y millones de veces.

También es cierto que los recelos menguan. A medida que la vacuna se va aplicando y los efectos de su uso van haciéndose más visibles, buena parte de la población que miraba con malos ojos esta solución van espantando sus miedos y dudas. La ganancia de una vacunación segura y bien medida es tal que los leves achaques tras el pinchazo se miran como una consecuencia menor. ¿Me dolerá la cabeza un par de días o se me hinchará la zona del pinchazo? ¿A cambio de qué?, esa es la pregunta que todo lo alivia.