CABA de irse para siempre al otro barrio Tom Roca, "un puto humorista gráfico", como el mismo se definió y uno de los fundadores de la revista satírica El Jueves. Entre sus muy variados oficios también estuvo el de visionario, sobre todo cuando dibujó aquella viñeta en la que un tipo le decía a otro: "Es usted un gilipollas y un mediocre... ¡Llegará lejos!" años, muchos años atrás. Hay genios visionarios que se consideran los Leonardo da Vinci o Julio Verne de nuestra era y pretenden guiarnos por los que ahora campamos los mortales del siglo XXI. Hemos visto episodios antiguos de Los Simpson en los que se toma el Capitolio -y, pásmense, uno de los líderes va cubierto con una cabeza de jabalí...- y hemos leído reflexiones de Bill Gates, quien anticipó en 2015 sobre el riesgo de un virus mundial altamente infeccioso para el que no estaríamos preparados (en la cara oculta de las profecías, las conspiraciones, se dice que fue él uno de los productores de la pandemia...), por no olvidar al viejo Nostra que todo lo ve.

La transformación de las sociedades acientíficas en sociedades modernas, donde el conocimiento científico desbancó a las concepciones mágico-milagrosas, no fue suficiente, por desgracia, para que desaparecieran los viejos curanderos, sacerdotes o profetas que tanto saben del mañana. Hay quien hoy vaticina para mañana un futuro terrible y quien augura que de esta saldrá una sociedad happy flower. Quien lo veía venir -ya podía haber avisado, coño...- y quienes, ignorando la resiliencia, la capacidad que tiene el ser humano de sobreponerse y adaptarse a momentos traumáticos, inusuales o inesperados, se atreven a profetizar sobre la tormentosa salud mental de la sociedad que saldrá de esta. Son los eternos visionarios.