L arte de tomar medidas era, hasta hace bien poco, privilegio de los talleres de sastrería, una destreza de las creativas manos del arte y la confección. Hoy tomar medidas suena casi amenzante: o se decide hacerlo para guardar la salud al mejor recaudo posible porue hay un peligro latente o se hace necesario para guardarnos, ¡vive Dios!, de los tontos del haba que disfrutan con el "yo hago lo que me sale de..." (que casi nunca esde la cabeza) y gritan, ¡libertad, libertad! humillando el recuerdo de quienes lo hicieron tiempo atrás, en otras circunstancias y bajo otros yugos. Tomar medidas se ha convertido en una necesidad para que saquemos la vida adelante como podamos pero sin ponerla en riesgo. Ni la nuestra ni la de otros.

Al parecer quedaba largo el tiro de pantalón de los horarios de celebración de los días navideños en rojo y han decidido cortar los bajos: de una y media de la madrugada a doce y media de la noche. Al parecer, la manga de los bares donde brindar al son del "¡que se vaya, se vaya, se vaya; que se vaya de una p... vez" dedicado a 2020 no ajustaba bien y se ha pasado de las 20.00 horas a las 18.00 horas. Al parecer se ha detectado tanta ilusión desatada por vestir el traje de fiesta cuando aún no había motivos de cleebración que han decidido impulsar una navidade en versión pijama party. Son, como les digo, las medidas que se toman hoy a la espera de que se pase esta fiebre del sábado noche adelantada.

Quiere el azar que casi al tiempo se anuncie la llegada de las primeras vacunas. Alguna voz guasona -y un punto desesperada, me da la sensación...- pide que la suministren con el primer gintonic libre de riegos que podamos tomar. Si fuesen de efecto tan directo ahora mismo les aplaudía y bajaba al dispensario pero me temo que algo falta para esto ocurra.