O gritaré aquí aquello que tantas veces escuchamos en la infancia -¡que viene el lobo, que viene el lobo!- porque no creo que haya fabulaciones en la historia que estamos viviendo por fascículos en un día cambiante. No hay pastorcillo mentiroso entre los protagonistas de este relato. Y de la misma manera que uno entiende cómo les cuesta abrir la mano a quienes están encargados de velar por nuestra salud, nuestros hábitos y nuestros bares y tabernas, basta con echar un vistazo a las telarañas de las cajas registradoras para saber que cuando la hostelería asegura sentirse estrangulada habla con el corazón en la mano. Todos son verdades en estos días feroces. Tiempos de lobo que diría Esopo, el fabulista. O Félix Rodríguez de la Fuente, padre lobo y pionero del ecologismo en el siglo XX, cuando empezaba a tomarse conciencia.

Hay que moverse con cautela en estos días y en estas tierras. El escritor ruso Anton Chejov, que algo conoció a la alimaña en la tundra, nos advirtió que más vale un canario perverso que un piadoso lobo. Quiere decirse que la naturaleza de los tiempos en lo que uno vive puede tener dos verdades a la vez, aunque sean contradictorias. Habrá que tener precaución, digo. Digo y nos lo dicen una y otra vez porque esto parece el baile de la yenka con tanta advertencia: a cada paso adelante conquistado, nos aseguran, pueden sucederle dos hacia atrás a nada que uno pierda el orremus y, qué se yo, se tome un par de vinos con los amigos acodado en la barra del bar. Dos verdades que chocan entre sí. Acechan peligros vestidos con piel de cordero, es cierto. Uno el de la salud nuestra, de los nuestros y de cada uno de los que rodean a los nuestros. Otro, el de la supervivencia del vecino que no tiene garantizada su vida laboral, ni siquiera el jornal de pasado mañana. ¡Qué cabrón es este lobo!