S un fenómeno propio de las civilizaciones avanzadas: en la mezcolanza entre justos y pecadores acaban pagando todos. En el mundo moderno, hoy con las nalgas azotadas por el acecho inclemente del coronavirus, se detecta un problema crucial: que la gente inteligente está llena de dudas, mientras que la gente estúpida está llena de certezas. Y son precisamente esos y esas, los dueños de las certezas, los que ponen a girar la ruleta rusa, donde entra en juego mucho más que un puñado de fichas, donde la apuesta alcanza las cotas más altas: la salud. Lo acaban de readvertir por enésima vez: tengan cuidado con la convivencia. Nada, que todavía hay gente que se arremolina y que vive sin prevención. Ya sé que no es agradable vivir bajo la espada de Damocles pero será mucho más desagradable, se lo aseguro, si la espada se desenvaina.

Desde los gestores de la salud nos advierten: si nos seguimos pasando de la raya trazarán una línea cada vez más gruesa. No resulta atractiva la amenaza: avanzar hacia atrás. Pero aquellos que se creen inmortales siguen a la suya, convencidos de que ya pasó la tempestad. ¡Mirad, mirad al cielo, que ahí sigue acampado un rebaño de nubes cárdenas!

Quienes están encargados de marcar las directrices que van a guiar nuestros próximos pasos han empezado a utilizar una palabra que no suena bien: preocupante. Pero ahí siguen los más listos de la clase, los valientes de cartón piedra, los inconscientes de tomo y lomo que regresan a la proximidad como si saliesen de la cárcel una vez cumplida la sentencia y con el expediente libre de cargos. No, no ha sido esta una pena de prisión, gilipollas. Ha sido una medida de prevención, un dique de contención para evitar los estragos de la marea vírica. Tú sigue haciendo el tonto y verás qué pronto volvemos a estar encerrados. Mira que eres bobo de baba.