ADA hace a la tierra parecer tan amplia como tener la familia, amistades o amores clandestinos a distancia, término que hoy en día está en auge. No hay distancia cuando se tiene un motivo, es cierto. Y, según atestiguan los científicos, razones no faltan si se pretende mantener a raya al virus infeccioso. Claro que las distancias se guardan, con precavida educación o convencida determinación, y se marcan. Marcar distancias, ese es un ejercicio de segregación: un paso al frente que se da cuando uno prefiere diferenciarse claramente de alguien o de algo. Transcurrida la época de necesidad del pueblo hombro con hombro y abiertas las rendijas, aparecen nuevas conjugaciones de esa expresión verbal. Basta con mirar por la ventana hacia la vertiginosa actualidad para comprobarlo.

En los últimos días vimos marchar al pintor Juan Genovés, amigo de la cercanía y autor de El abrazo, un cuadro inmortal. Al pasar por delante del cuadro en el Congreso, los políticos se hacen una foto con él. Luego lo citan en sus discursos, como si lo entendiesen. Si lo logran, disimulan muy bien. ¡Qué lejos quedan aquellos días! O, lo que es peor, aquellas ideas. También zarpó Julio Anguita, un tipo de trazo recto y pulso firme que no se distanció un ápice de sus ideas ni las arrojó contra los otros, pese a que una guerra a la que se opuso con fuerza le arrancó de sus brazos un hijo en Bagdad. Dos hombres cercanos.

Su recuerdo me asalta en estas horas en las que nos aseguran que habrá PCR para quienes tosan o respiren con fatiga (vamos, que tengan síntomas, sin detenerse a pensar en el peligro real, los asintomáticos...) y que la geolocalización es una buena herramienta de control del virus (y ya de paso, digo, de la ciudadanía...), como si la libertad y la seguridad se viesen obligadas a no tocarse.