L escritor californiano John Steinbeck, Premio Nobel de Literatura y autor de obras tan inolvidables como Las uvas de la ira o Al este del edén, lo vio con claridad: un alma triste puede matar más rápidamente que una bacteria. No resulta fácil encontrar ahora otro oráculo más certero que el estadounidense, habida cuenta que el previsible y necesario anuncio de la supresión de la Aste Nagusia de este año sangrante ha dejado a Bilbao con el alma entristecida y enmudecidos a quienes cantan canciones alegres. No es sin embargo la hora, compatriotas, de caer en la depresión, un sentimiento que puede traducirse como la incapacidad de construir un futuro. Ahí no. En esas arenas movedizas no queremos, no podemos estancarnos.

Que no faltan razones ya lo sé. Se han hecho añicos cientos de esperanzas de recuperación hostelera, vuela por los aires la ilusa fantasía de creer que todo será como fue más pronto que tarde. Es lo que se conoce como un mal necesario, una expresión que remite a un daño que resulta inevitable y que, a pesar de no ser agradable, produce beneficios terapéuticos de acuerdo al fin que persigue. Y el fin, ya saben, es bien sencillo: vernos todos y todas el año que viene. Todos.

En ese agosto gris ceniza que nos espera veremos cosas extrañas en nuestro acostumbrado día a día festivo. Veremos los teatros con las candilejas apagadas y el cielo también oscuro, sin la estruendosa máscara de ese maquillaje de fuegos artificiales. El Arenal perderá la fragancia del gastronómico y las txosnas y bares, ¡ay los bares!, llorarán la ausencia. Nuestra ausencia. Habrá que hacer el esfuerzo de la consolación. No habrá toros en Vista Alegre y una negra sombra se cierne sobre el coso de Martín Agüero. ¿Volverán algún día las corridas de toros, más antiguas en el imaginario del agosto festivo de Bilbao que la propia Aste Nagusia? ¡Quién sabe!