N la séptima semana de fatigas era necesario, si no aparecían pautas para la puesta a punto y todo seguía igual, sin un viento que anuncie el cambio de la climatología, estar condenados a la desesperación. Al fin y al cabo, comer pan sin esperanza equivale a morirse poco a poco de hambre. Con tantos días de espera hubo tiempo más que suficiente para resolver las cuentas con el ayer. Ya perdoné errores casi imperdonables, traté de sustituir personas insustituibles y olvidar personas inolvidables. Hoy, cuando ya sabemos movernos en los extremos, estamos preparados para lo peor, pero esperamos lo mejor. Así, el anuncio de que será necesaria la mascarilla para desplazarse en los medios de transporte públicos ha de acogerse con alegría. Recuerda a la anécdota del Papa que prohibía fumar a los sacerdotes.

¿No la conocen? Érase una vez un Papa que tenía prohibido fumar a los sacerdotes durante la oración. Fueron visitando sus estancias, uno tras otro, representantes de todas las órdenes y la respuesta siempre era un no. Hasta que salió un jesuita del despacho, fumando. Al verle, se abalanzó sobre él la curia entera. "¿Cómo lo has logrado?", le preguntaban. El sacerdote les preguntó sobre cómo lo habían pedido y el resto de curas le respondieron al unísono: "Le pedimos licencia para fumar mientras rezábamos". El hombre les dijo: "Es la pregunta equivocada. Yo le he preguntado si podía rezar mientras fumaba y me ha dicho que sí".

He ahí la forma de mirar. Reconociendo las incomodidades de la mascarilla, la noticia implica que cogeremos más a menudo medios de transporte, lo que puede traducirse en que saldremos de casa con más asiduidad. Hay que mirarlo así, aun siendo conscientes de que esperanza no es lo mismo que optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido.