UALQUIERA diría que los seres humanos pertenecemos a un especie biológica única en el mundo, visto el sombrío panorama que nos acecha. Ahora, cuando se vislumbran las crestas de una pandemia creciente en su voracidad y los números aumentan de manera exponencial en tierra vasca, cuesta encontrar consuelo en otros pueblos que nos marquen el camino.

Los contagios y los cadáveres pesan sobre la mesa más, mucho más, que las horas y horas de confinamiento y en los corrillos virtuales cunde una leve corriente de desaliento. "¿Todo este sacrificio para qué?", comentaban ayer en la pescadería. Y no. No era el asunto del parte de bajas el que dolía -que también...- sino todo cuanto nos rodea. En una pandemia universal Estados Unidos y China entablan una suerte de guerra fría en pos de la vacía gloria de ser los primeros en dar con la vacuna eficaz en lugar de intercambiar conocimientos; el descerebrado presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, habla de un "catarrito" cuando un tercio de la humanidad aguarda recluido en sus encierros; el propio presidente de Estados Unidos, Donald Trump, calcula que la Semana Santa es una buena fecha para volver a subir las persianas que ni siquiera ha acabado de bajar; el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, recomienda que nos abracemos y celebremos la vida en los restaurantes para no joder el negocio, y el primer ministro inglés, Boris Johnson, ha pasado de una inicial complacencia a evocar la atmósfera de las guerras mundiales. ¿Una especie biológica única? Venga ya, hombre. Venga ya.