LA idea pertenece a uno de los nuestros, los pacíficos, Martin Luther King, y tiene ya una larga vida. El hombre nació en la barbarie, dijo. "De cuando matar a su semejante era una condición normal de la existencia. Se le otorgó una conciencia. Y ahora ha llegado el día en que la violencia hacia otro ser humano debe volverse tan aborrecible como comer la carne de otro". No cabe verdad más cruda y, sin embargo, más de medio siglo después (Luher King fue asesinado en 1968...) la violencia machista aún florece como las malas hierbas, con su pestilencia y su capacidad de taparle el camino al sol para convertir todo cuanto rodea en noche cerrada y oscura, en noche de lobos.

¿Acaso no hay manera de liberarse de ese castigo? Parece un mal inmortal pero no podemos, no debemos, renunciar a la liberación de esas fauces. Partiendo de la idea de que la violencia machista no es violencia masculina (no todos los hombres son descendientes de Barrabás...) ha de tenerse en cuenta que se trata de un mal ligado a la simiente del hombre, de algunos de esos hombres que comen carne cruda. Es por ello que la intervención contra las agresiones a mujeres debe llegar en dos tiempos. En el corto plazo y con la mayor de las urgencias posibles, se debe priorizar la protección y atención a las víctimas que hoy están sufriendo maltrato y persecución. No hay duda de eso. Pero yendo unos pasos más allá, en el medio plazo hay que trabajar para promover sociedades igualitarias en las que se superen los roles tradicionales de género, sociedades donde mujeres y hombres sean iguales en derechos, oportunidades y libertades. Solo ahí, cuando dejemos de mirarnos y de medirnos como lobos y ovejas dejaremos de escuchar esos aullidos que tanto aterrorizan.