AL paso que va la burra, el litigio interminable en el campo de la educación que mantiene en pie la huelga, término que no entienden los más jóvenes, va a amoldarse a los nuevos ritmos dictados por la RAE y sus incorporaciones al diccionario, tiempo después de que se añadiesen al habla. Vamos, que la tierna infancia parece abocada a vivir su particular annus horribilis escolar. ¿Pensarán algunas de las partes que los niños no sufren en medio de la batalla porque aman el tiempo libre por encima de todas las cosas? Se equivocan.

Basta con revisar el nuevo diccionario, digo, para que uno advierta que con tanta hora suelta vamos a vivir escenas como la siguiente: un niño que suelta un zasca a otro que es un poco sieso y no le invita a ver su nuevo casoplón para tomar un brunch mientras celebran el cumplemés del primero. Otros pensarán que eso es una bordería y lo mensajearán entre sí. Puede, incluso, que lo hagan en secreto para que apá y amá no se enteren de lo que está sucediendo, que es grave.