ENTRADO ya en el caluroso mes de junio comienza a imponer su mandato la sofocante ley del sol, por mucho que el saber popular dicte su sentencia: por junio el mucho calor nunca asusta al buen labrador. Hoy no hablamos, sin embargo, de la estufa del sol que se avecina sino de la preparación de las playas que ya salen a escena donde suena el tictac de las horas felices y el buen sol que significa ir a la playa o equivalen ir al Disneyland de la arena para divertirse como hasta ahora había sido un imposible. Una bandera blanca anuncia la rendición del invierno y el frío en nuestros arenales y las caracolas ya traen las primeras noticias a la orilla. Por ejemplo, que otra bandera blanca, en este caso adornada con una persona nadando con el círculo de prohibido, ondeará junto a la roja en las playas vizcainas cuando la calidad del agua no sea apta para el baño. De esta manera, los usuarios podrán identificar claramente que no está permitido darse un chapuzón por mor de la pureza de las aguas y no por el estado de las mareas o el empuje de las corrientes.

Es bien sabido que los tres grandes sonidos elementales de la naturaleza son el repiqueteo de la lluvia, el soplido del viento en una madera y el tronar del océano exterior en una playa, banda sonora de este junio que se nos avecina. Lo primero que ya se escucha es la llegada de las olas del Cantábrico que nos llaman a sus orillas. No es una novedad, claro. No en vano el mar es más antiguo que las montañas y está cargado con los recuerdos y los sueños del tiempo que ya vivimos y nuestro regreso a las playas pregona que un mundo nuevo merodea a nuestro alrededor. Cuando la temperatura nos invita a recostarnos sobre la orilla, a un par de metros de la orilla, la mar nos llama al baño. Ha pasado tanto tiempo desde entonces, desde el primer día de baños, que casi lo habíamos olvidado. La voz del mar nos habla al alma. El toque del mar es sensual, envolviendo al cuerpo en su suave y estrecho abrazo. Ya somos felices.