QUÉ será, será que decía la canción popular: ¿un tropezón o una caída por el barranco de Despeñaperros? Hoy, cuando se anuncia lo que salta a la vista (cada vez florecen sobre nuestras aceras con más profusión, como las malas hierbas, los carteles de Se alquila o Se vende, estampados sobre los locales comerciales...), que el comercio de a pie de calle se ha soltado de la cordada y rueda cuesta abajo, como si fuese uno de esos cientos que están enganchados estos días a la cordada del Everest, tan propia de la Gran Vía en hora punta. No cabe otro remedio que animar a los comerciantes e instarles a que lo intenten una y otra vez. Cobra más verdad que nunca aquella visión del genial inventor estadounidense, Thomas Alva Edison, quien repetía que él no había fracasado, que solo había encontrado “10.000 soluciones que no funcionan”.

¿Cuál será la solución que lo haga? ¡Quién sabe! A la hora de buscar culpables parece que hay unanimidad: cambios de hábitos de consumo, auge compraventa on line y perdida de poder adquisitivo, amén de una apuesta social por los grandes centros comerciales.

¿Y las soluciones? Algunos aseguran que los triunfadores tienen mucha suerte. Si no lo creen, pregúntele a un fracasado. El fracaso, ¡ah, fracaso! La gente que se dedica a juzgar nuestras vidas para que les saquemos rendimiento aseguran que es una esencial vía de aprendizaje. No es mentira, sobre todo si el descalabro tiene un freno. Es verdad que el éxito de un minuto paga el fracaso de años, como le escuché a un santón de los tiempos modernos, uno de esos coaches que hablan como si tuviesen el don de la felicidad. El problema radica en saber hasta cuándo puede uno aguantar con la factura. Como por desgracia algunos de ustedes sabrán, hay facturas que derivan en fracturas y hay ya no hay solución posible, por mucho que te aconsejen que no saques la bandera blanca. Se equivocan, no es una bandera. Es el pañuelo con el que enjugar las lágrimas de la desgracia que te impulsa a ir un paso más allá a los pies del precipicio.