O hay un adjetivo, imprevisible, que le defina mejor, ni oficio, el de la trashumancia, que describa con más tino su periplo por los campos de fútbol. Fue, en sus comienzos, el hombre elegido para ligar su apellido al del gol del Athleticy de la mano de Bielsa paseó el tallo de junco que siempre tuvo por honorables campos de fútbol europeos. Fernando Llorente parecía uno de los elegidos para la gloria cuando jugaba de rojiblanco. Nunca más tuvo tal condición.

Llegaron después los cantos de sirena y una serie de consejos que se revelaron equivocados pero que le llevaron a declararse en rebeldía. La suya fue, en clave rojiblanca, una historia de amor y odio que tuvo un final infeliz: el jugador retirado mientras desfilaba, eso sí, por clubes de altos vuelos. Juventus, Sevilla, Swansea, Tottenham, Nápoles o Udinese le abrieron sus puertas pero en ninguno de esos equipos dejó huella. No, al menos, para la que parecía predestinado. Había pasado del trono de San Mamés (le llegaron a llamar el rey león en los tiempos más dulces...) a la banqueta de la suplencia.

¿Acaso le cegó el oro o la posibilidad de acumular triunfos y títulos? El paso del tiempo dejó esa impresión. El año pasado, cuando el Athletic llevaba la garganta seca de goles por la sequía, se intentó su regreso. Fue un imposible. Una parte de la afición, la más visceral, no quiso verlo ni en pintura. Gaizka Garitano lo lamentó. El mismo Gaizka que ahora lo ha pedido para el Eibar. Regresa ahora, como uno de esos indianos que partieron a hacer fortuna y no conocen a nadie en su retorno.