N una cancha de fútbol se juegan todos los dramas humanos", dijo el escritor francés Albert Camus, quién tuvo un pasado como portero porque una tuberculosis de larga y mala curación le sacó de la delantera y le condenó bajó los tres palos. Sabía de lo que hablaba el bueno de Albert. Acabo de recordar su historia ahora que media afición rojiblanca mira de reojo y con prevención a la enésima final que se avecina. También en estos preámbulos que tanto vivimos los hinchas, fantaseando con el gol del último minuto, en una defensa numantina o en el partido de su vida de tu estrella favorita, hay un drama que vivir: el miedo.

El escritor británico Rudyard Kipling (1865-1936) despreció a ese deporte y a "las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan" mientras que años después Gabriel García Márquez, quizás por pura réplica literaria y tras un partido entre Junior y Millonarios, declaró: "No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago públicamente a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien".

Hoy no escribo para las almas pequeñas de uno sino para la santa hermandad del otro. Al fin y al cabo, muchos de ustedes sabrán que uno se enamoró del Athletic de muy joven, como más tarde se enamoraría de las mujeres: de repente, con pasión y sin críticas y sin pensar si traería consigo trastornos o felicidades crudas, salvajes. Hoy te escribo a ti, que me pones el café y a ti, que me llenas el plato. Al vecino del quinto cuyos juramentos escuchaba hace apenas diez días y a ti; conductor de mi autobús, que no has recuperado la sonrisa desde entonces, desde el día en que Oyarzabal te la congeló desde el punto de penalti. A todos vosotros y vosotras que poco a poco vais despertando del estado de shock os diré algo: ahí, al doblar la esquina, aparecerá el desenlace de la final más larga de nuestras vidas desde que supimos que iban a encadenarse tres. De los dramas de Camus ya tuvimos noticia: el imposible de una Supercopa cargada de dificultades y la honda decepción de una final que ya teníais, teníamos, cantada, frente a la Real Sociedad. Llega la tercera hora y ellos, los que nos dejaron un día con la boca abierta y al siguiente con los ojos llorosos, ya sabrán lo que tienen que hacer.

Da igual que se lo digamos o no. Da igual que les cantemos que los llevamos en nuestro corazón. Las que fueron almas pequeñas hace unos días ahora tienen la ocasión de agigantarse, quienes miraron a Messi con pavor en los ojos, ahora pueden verlo partir cabizbajo, sometido. Ellos sabrán qué hacer y cómo. A ti, a mí, a nosotros, nos quedan por vivir días de fútbol grande y una pasión inabarcable. En esta final que anhelamos y en las que quedan por venir. Por vivir.