URANTE años y años lo hemos repetido como un mantra espiritual: el Atheltic es un club diferente, nada que ver con los usos y modas de otros clubes más corrientes. Nos cansamos de repetirlo, como si hiciésemos nuestro aquel verso de Pablo Neruda que decía "a nadie te pareces desde que yo te amo". Incluso las imperfecciones, que las tiene, han hecho al Athletic diferente desde hace décadas. Es por ello que ver cómo han, hemos, metido al Athetic en el servicio de urgencias por un puñado de traspiés, igualándonos a otros tantos otros, duele. ¿Nos hemos mimetizado en el frondoso bosque de los clubes de fútbol? Algo de eso hay.

A la afición hay que pedirle lo que siempre tuvo: paciencia, pasión y fe en los imposibles. Falta, como si hoy se hubiesen convertido en jueces solo de lo que ven, no de lo que sienten. A la directiva mano de empresario, no solo de padre de familia. A Gaizka Garitano, animarle a que crea en la máxima de Ken Robinson, esa que decía que "si no estás preparado para equivocarte, nunca se te ocurrirá nada original." ¿Y a los jugadores? Que no se rindan aunque no nos oigan, que no decaigan aunque no nos vean. Tienen en sus manos un compromiso crucial: evitar que desaparezca una especie el peligro de extinción: el futbolista del Athletic, uno más de la familia.

Leo lo escrito y me da la sensación de hablarles del ayer, del siglo XX. Con una segunda lectura se comprende que les hablo de la inmortalidad.