JALÁ cayese una lluvia de goles y con su frescor aliviase los apuros y sofocos en los que anda inmerso el Athletic, preso estos días de una de esas tormentas secas, una de esas cargada de aparato eléctrico y trompetería de truenos que nos obliga a mirar al cielo a la espera del aguacero reparador. No parece previsible aunque la única noticia buena en el fútbol sea esa: lo imprevisible que es. A la espera de que suceda algo, de que caiga un agua torrencial que todo lo borre -la afición rojiblanca de mediana edad recuerda aún con pavor días así, aquellos del bienio negro, aquel periodo que transcurre entre el 18 de septiembre de 2005 y el 17 de junio de 2007, el día en que San Mamés murmuraba entre dientes padrenuestros y el Athletic se jugaba la vida a trancas y barrancas ante el Levante y que se llevó por delante a dos presidentes, cuatro entrenadores y un buen puñado de futbolistas hasta que apareció Jokin, ¿se acuerdan?-, se hace complicado adivinar el porqué de estas anguastias. ¿Por qué no llueve ya, carajo?

¿Será suficente? Lo pregunto porque por aquel año aciago pasaron tres entrenadores -Sarriugarte, Mané y Javier Clemente- por el banquillo y en la delantera del Athletic militaban, -¡oh pasmo, qué no daríamos hoy!-, Joseba Etxeberria, Isma Urzaiz, Aritz Aduriz y Fernando Llorente, que marcaron 44 goles.

No parece, ¡ay!, que el bendito gol sea el bálsamo de Fierabrás que todo lo cure.

La sombra de la incógnita todo lo cubre, como una nube negra que no descarga. Oscurece la gestión de un presidente al que le cuesta dar un puñetazo en la mesa como se debe o, si lo hace, le falta voz para que se le escuche (la truculenta historia de la llamada a Llorente y su no posterior la hubiesen firmado Groucho y sus hermanos...); la de un director técnico que dijo amén a unos jugadores que pidieron, al parecer, el "sana, sana, culito de rana" de un fichaje, como si no creyesen en sus propias fuerzas, menguantes en más de un caso (a la afición no le duele que jueguen mal, muchos otros Athletics lo han hecho. Le espanta esa sensación de que no hay rebeldía en la plantilla, salvo un puñadito de excepciones, quizás porque no le aprietan los zapatos...); la de un entrenador cuyo discurso suena, demasiadas veces, al desorientado "donde dije digo, digo Diego" o la de una afición que, condenada a destierro de San Mamés por la pandemia, descarga contra todo y contra todos. ¿Hace cuánto que no come un bocata de tortilla y no canta; que no insulta a nadie o se abraza a un desconocido; que no ondea una bandera, no llora de emoción, no se va a la cama sin cenar ni se toma una cerveza de improviso para celebrar? ¿Hace cuánto que no cree en los milagros? También su ausencia, la suya, la suya y la mía en la Caedral han hecho daño. Demasiado.

¡Que llueva, que llueva, el Athletic está en la cueva!