AHORA, cuando todo está pendiente de un hilo, cuando el futuro de la temporada se mueve en el alambre como un funambulista, conviene serenarse y mirar el asunto con perspectiva. Se le distingue a la militancia rojiblanca en la devoción que le tienen muchos creyentes al título de Copa cada vez que se avecina la tormenta (es más, los más echaos p'alante sueñan con el revés del espejo, con que se atormenten los vecinos y ganar la final, como sea, a la Real Sociedad...), siendo la tormenta esos partidos a cara y cruz de la Copa. Uno nombra la sagrada palabra Final y se nublan las entendederas de miles. Una final siempre te deja algo así, esa melancolía irremediable que queda después del amor y al fin de un partido así. Por eso se busca esa droga dura, por el sabor que deja.

La perspectiva de la que les hablaba la ha puesto sobre la mesa Óscar de Marcos, uno de esos futbolistas que maduran con el paso de los años en el discurso. En verdad Óscar siempre ha sido un caritabueno bien peinado y medido en sus palabras. También ha sido un futbolista determinante en aquel bienio loco de Marcelo Bielsa. Hoy la salud le juega malas pasadas y el quirófano le ha dejado preso de cadenas. Visto desde fuera, más allá del césped cuyos efluvios embriagan, De Marcos viene a recordarnos que sí, que la ilusión es uno de los motores que mueven al fútbol (el viejo uruguayo Galeano escribió: "Era el mejor de todos, pero sólo de noche mientras dormía. Durante el día, hay que reconocerlo, he sido el peor pata de palo que se ha visto en los campitos de mi país") pero que hay que mirar más allá, a todos los domingos de liga que quedan. Viene a decir que no es bueno que el sol de la Copa se encapote con las nubes negras de los últimos partidos de liga. A De Marcos no se le pueden presentar reproches ni preguntarles porqués, así que es de presumir que habla suelto de lengua, con total libertad.

La verdad es que la liga para el Athletic lleva siendo un trágala desde hace demasiado tiempo, casi desde cuando a los ordenadores les llamaban computadoras, es decir, desde la última séptima plaza que firmó Ernesto Valverde en el banquillo de San Mamés. Hoy todo eso pasa desapercibido. Hoy hay que ganar o ganar en Granada, no hay tutía. Descolgado del pelotón de caza de los puestos europeos, con esos diez partidos encadenados sin alzar los brazos por una victoria, suena mal que lo diga, pero parecen costumbre estas ligas descafeinadas. Garitano se ha desgañitado diciendo que lo importante es la Liga pero no parecen creerle. Ni los resultados, ni la afición. De Marcos sí. Parece que él sí que sí.