A ningún gobernante le viene bien tomar decisiones que afecten negativamente al bienestar de los gobernados y de ello se aprovecha la oposición para desgastarle. Por eso, los gobernantes andan con pies de plomo a la hora de apretar las clavijas y en esa encrucijada se encuentra Pedro Sánchez, empeñado en no prorrogar el estado de alarma para evitar que pueda fracasar esa iniciativa en el Congreso y para no verse zarandeado por la oposición, menos aún ante las inminentes elecciones madrileñas. Quedan, por tanto, los gobiernos autonómicos con la patata caliente de endurecer las precauciones a pelo, sin el paraguas legal del estado de alarma. Para colmo, la incertidumbre sobre los efectos de algunas vacunas ha añadido un punto de histeria y pánico entre amplios sectores mientras los programas de vacunación han quedado en el aire. Como puede verse, un sombrío panorama.
Es difícil evitar que los dardos de la culpabilidad apunten a los gobernantes, pero creo necesario manifestar que los más directos responsables de la difusión del covid-19, de esta incontenible propagación de la enfermedad y la muerte, son los millares de personas que por comodidad, por insolidaridad, por imprudencia o por pura estupidez menosprecian las advertencias y los preceptos impuestos primero por los expertos sanitarios y después por los responsables políticos. Todo ese ejército de energúmenos que se espachurran en jolgorios pseudodeportivos, toda esa manada de dipsómanos y tarambanas que se agolpan en botellones, fiestas y sagardotegis; toda esa legión de insensatos que en terrazas y paseos urbanos colocan la mascarilla en la nuez, vociferan y fuman expandiendo sus aerosoles contaminados ante los presentes arracimados y, entre unos y otros, propagan a los ausentes el virus en sus hogares o en sus puestos de trabajo.
Así no vamos a terminar nunca. Es desesperante el continuo y discontinuo decretar medidas, la impenitente propensión a incumplirlas y el tembleque de los gobernantes ante los periodos habituales de ocio y festejo. Cierto que los responsables políticos y sanitarios se enfrentan a una emergencia desconocida e imprevisible, que hay obstáculos legales insalvables, que llegan las vacunas que llegan como corresponde a un país europeo pero de medio pelo, y que vienen actuando de forma errática. Pero los más directos responsables de esta pesadilla de nunca acabar siguen siendo los que no están dispuestos a renunciar a su modelo de ocio y convivencia ni siquiera temporalmente, los que trampean, los que se pasan las precauciones por el arco del triunfo, y los que solo las respetan bajo multa. Por cierto, no estaría de más una vigilancia, o una simple presencia, de agentes de la autoridad por los lugares públicos en los que el incumplimiento de los preceptos decretados sea descaradamente habitual. Que no se les ve.