La Unión ha desarrollado desde hace décadas una política de apoyo a la integración progresiva en su seno de los países de los Balcanes Occidentales. El 1 de julio de 2013, Croacia se convirtió en el primero de los siete países de la región en ingresar en la Unión. Montenegro, Serbia, la República de Macedonia del Norte y Albania son candidatos oficiales. Se han abierto negociaciones y capítulos de adhesión con Montenegro y con Serbia; mientras que Bosnia y Herzegovina y Kosovo son candidatos potenciales. Situaciones muy diversas para Estados muy diferentes. Es evidente, que la potencia de la región, Serbia, es la que más complica una integración del área en su conjunto en la UE. Sus históricas relaciones con Rusia se mantienen y ello provoca los recelos de Berlín. Pero el principal problema de todos ellos reside en el escaso grado de cumplimiento de las reformas condicionales que Bruselas ha estipulado para convertirse en miembros de la Unión. Por un lado, la convergencia económica con la media de la UE y, por otro, el respeto de los valores democráticos y de los derechos humanos, son los listones que deben franquear los candidatos balcánicos.

Para compensar ese continuo bloqueo del proceso de adhesión, los 27 han ofrecido una batería de ventajas económicas y una estrecha cooperación política a los seis países de los Balcanes que se quedaron descolgados de la gran ampliación del club comunitario hacia el este del continente. La jugosa oferta incluye desde facilidades a las exportaciones hasta la supresión de los costes del roaming en telefonía móvil, por un monto total de 27.000 millones de euros. De fondo, lo que se trasluce con esta política de compensación no es sino la enorme preocupación que la UE tiene de perder el control de la región, que podría caer bajo la influencia de Rusia o de China. Tras el Brexit, la incorporación de los Balcanes Occidentales cerraría continentalmente el proyecto europeo y vendría a poner fin al germen de históricos conflictos bélicos que se han originado en la zona. Una obligación que, sin embargo, de no llevarse a cabo de forma ordenada, podría convertirse en otro fiasco como representan alguno de los Estados del Este - Polonia o Hungría - cuya adhesión precipitada supone hoy un continuo dolor de cabeza para Bruselas.

Además, la adhesión de los Balcanes Occidentales a la UE supone un nuevo duelo por la hegemonía territorial en la Unión. Si con la ampliación al Este, Alemania extendía su fortaleza en la toma de decisiones con Estados que claramente están bajo su área de influencia, la gota que colmó el baso lo supuso la entrada de Croacia y Eslovenia. Con ellos entre los 27, se abría la puerta al resto de los países balcánicos expandiendo Berlín hacia el Sur su influencia. Ello explica que sea Francia quien más pegas pone a la adhesión balcánica, pues, con ello quedaría prácticamente aislada ante el enorme peso de los países germanófilos. También existen problemas con los Estados fronterizos de la UE y los de los Balcanes. Grecia o Bulgaria han planteado contenciosos territoriales y para colmo de absurdos, España no reconoce a Kosovo, por temor al precedente que pudiera suponer ante las pretensiones de los independentistas catalanes. Tantos obstáculos como deseos difíciles de conjugar. De momento, regamos los Balcanes de euros para mantener el interés de los balcánicos de ser europeos.