Vivimos en la Unión Europea bajo la curiosa paradoja de ser los grandes defensores del libre comercio mundial como fruto de las bondades de la globalización y a la vez negando sistemáticamente la entrada de miles y miles de seres humanos migrantes que huyen de la miseria y el terror de las guerras, en busca de asilo y refugio en nuestro Estado del bienestar y de defensa de los Derechos Humanos. Y claro, resulta imposible ser una cosa y la contraria, sin caer en la incoherencia y la hipocresía. De ahí que deberíamos, de una vez por todas, tener un proyecto de Europa para el mundo, más allá de construir un espacio común para los europeos. De otra forma, seremos vistos por el resto como una suerte de egoístas profesionales que predicamos el multilateralismo y la buena relación con todos, cuando nos sirve para vender nuestros productos y, por el contrario, un inhumano conjunto de seres xenófobos que le niegan el pan y la sal a los mismo congéneres que queremos que nos los compren.

El 14 de junio de 1985, la Comisión Europea presidida por el francés Jacques Delors, presentaba al Consejo un Libro Blanco titulado “La consecución del mercado interior”. Se firma en Schengen, Luxemburgo, el Acuerdo sobre la eliminación de controles fronterizos entre Bélgica, Alemania, Francia, Luxemburgo y los Países Bajos. El Acta Única Europea, que entró en vigor el 1 de julio de 1987, fijó un plazo concreto para la realización del mercado interior, a saber, el 31 de diciembre de 1992. El mercado interior es un área de prosperidad y libertad que proporciona acceso a mercancías, servicios, empleo, oportunidades de negocio y riqueza cultural. Se requiere un esfuerzo constante para garantizar el avance del mercado único, que podría ofrecer ventajas significativas para los consumidores y las empresas de la Unión. En particular, el mercado único digital ofrece nuevas posibilidades para impulsar la economía, a la vez que limita las trabas administrativas. Los recientes estudios indican que los principios de libre circulación de bienes y servicios y la legislación en este ámbito generan beneficios estimados en 985.000 millones euros al año.

Tres décadas después de la puesta en marcha del mercado interior, la UE se ha lanzado a una aventura sin freno en defensa del libre comercio en el mundo. Vender dentro y fuera de Europa se ha convertido en la obsesión de gobiernos y empresas europeas. En los últimos cinco años se han producido 16 nuevos acuerdos comerciales que se traducen en cinco millones de empleos. Canadá y Japón son ya una realidad, Mercosur está en el horizonte cercano. La Unión Europea es el principal valedor del comercio internacional a nivel global, y buena prueba de ello son los éxitos cosechados por la Comisión Juncker en este capítulo. Mientras el multilateralismo vive sus horas más oscuras, Bruselas se erige como defensor del libre comercio. Entre 1999 y 2010 el comercio exterior de la UE se duplicó y ahora representa más del 30% de su PIB. La guerra comercial entre Estados Unidos y China ha supuesto una grave amenaza para las economías de la UE, que ven en serio riesgo sus exportaciones ante la imposición de aranceles por parte de los dos gigantes mundiales.

Así las cosas, en la otra cara de la moneda se encuentra la política migratoria europea. Cuando te conviertes en el oscuro objeto de deseo del mundo produces ineludiblemente un efecto llamada para todo aquel que sufre las desgracias del hambre o la guerra. Las migraciones son parte esencial de la historia de la Humanidad, como afán legítimo de las personas de mejorar sus condiciones de vida. En los últimos cinco años, la migración se convirtió en el asunto más visceral del debate público, y para los gobernantes, en algo que solucionar a golpe de emergencia, con planes a corto plazo y parches. Europa afrontó dividida la crisis de los refugiados, y la solidaridad y cooperación entre Estados miembros, sobre las que se funda la Unión, se dejaron para otro momento. Prueba de ello, es que los países de la UE solo han acogido al 21,7% de los solicitantes de asilo que les fueron asignados en cuotas. Un quinquenio con 18.248 muertos y desaparecidos en el mar y que solo ha encontrado consenso es en reforzar la seguridad de las fronteras y en tratar de frenar la migración irregular. Con la migración convertida en arma política y en gasolina para partidos populistas y xenófobos en toda la Unión, mientras abogamos por el mercado interior y el libre comercio, la única salida coherente y digna es reformar el sistema común de asilo para convertirnos en tierra de refugio para todos aquellos que vean en Europa su tabla de salvación.