Finlandia es un Estado de la UE de poco más de cinco millones y medio de habitantes que ha visto crecer exponencialmente su PIB y su renta per cápita en las últimas décadas, constituyendo un ejemplo para los europeos de modelo de equilibrio económico. Tal vez por eso y por sentir en sus propias carnes las consecuencias del cambio climático, se han convertido también en vanguardia europea del cambio del modelo de producción y consumo que la UE propugna para salvar al Planeta o, mejor dicho, para que la vida del ser humano en la Tierra sea viable. De ahí que esta semana en Helsinki se haya celebrado el World Circular Economy Forum 2019 en su tercera edición, con la participación de más de 2.000 expertos de todos los ámbitos -energía, alimentación, movilidad, medio ambiente, urbanismo, finanzas, negocios, industria, sociología? etc - así como representantes de las Administraciones Públicas de prácticamente todo el mundo. He tenido de nuevo la oportunidad de participar en el foro y mi conclusión más evidente es que el reloj corre a toda velocidad hacia el desastre y ya solo nos queda gritar para que de una vez actuemos en encontrar soluciones.

El ejemplo europeo

El camino para detener la tragedia no es otro que la Economía Circular: producir con eficiencia solo lo necesario, reduciendo al máximo el uso de recursos y la generación de residuos y consumir lo imprescindible cambiando los comportamientos para hacer la vida social y medioambientalmente sostenible. Algo en lo que la Unión Europea lleva trabajando activamente cinco años con leyes, programas de actuación sectoriales y ayudas económicas para llevar a cabo el proceso de transición de la linealidad a la circularidad. Somos los líderes mundiales del cambio pero necesitamos internamente de un proceso propio de convergencia. Mientras que algunos Estados superan ya el 30% de su PIB en Economía Circular, como Finlandia u Holanda, otros apenas alcanzan el 5% y la media de la UE se sitúa en el 9%. Lo mismo sucede si llevamos a cabo una comparación entre las regiones de Europa.

Ciudades y estilo de vida

El mundo se ha vuelto urbano y ya el 75% de los europeos vivimos en ciudades que cada vez son más grandes y que consecuentemente implican la desertización de lo rural y un mayor impacto medioambiental. Las nuevas ciudades deben ser pequeñas, altamente tecnificadas, donde todo sea medible, simulable y corregible, que funcionen con conceptos como el consumo kilómetro 0 o el pago por uso y, sobre todo, que pongan el foco en el bienestar y la felicidad de las personas. Deben componer un paisaje urbano discontinuo que contagie a las grandes urbes que les rodeen. Eso obliga a un análisis profundo de los comportamientos humanos y los estilos de vida y a todo un cambio social, educativo, ético y normativo.

Ee.UU. y Rusia: de espaldas

Si algo ha quedado claro también en Helsinki es que ese grito de concienciación que llama a actuar ya, tiene en el mundo dos potencias que hacen oídos sordos. Ni Estados Unidos, bajo el mandato de la administración Trump, ni la Rusia de Putin, se dan por aludidos ante la tragedia humana y del Planeta que se nos avecina. Siguen empeñados en sus particulares guerras hegemónicas por el control de un mundo que agoniza. En medio, el otro gigante, China, que flirtea con todos y quiere hacer ver que entiende el problema y que quiere colaborar, pero no tiene suficiente credibilidad porque sus hechos no les avalan. A la vía resuelta europea se han unido sin fisuras Japón, Australia y Canadá. África despierta con Sudáfrica a la cabeza y pequeños países que quieren ser ejemplares saliendo de procesos históricos de violencia, como Ruanda. Y América Latina avanza con Chile y México como motores concienciados de la necesidad de cambio. Nos jugamos la vida de nuestros hijos y nietos, por eso son los adolescentes los que han puesto en marcha su particular revolución para frenar el cambio climático. No les dejemos solos, actuemos ya.