EL pasado martes, el Comisario de Economía y Finanzas, Pierre Moscovici presentaba las previsiones económicas de primavera para la UE. Si bien es cierto que la economía europea seguirá creciendo por séptimo ejercicio consecutivo, la realidad es que se prevé una ralentización fruto de las tensiones comerciales y la reciente desaceleración del comercio global. Un crecimiento que se cifra en el 1,4% para este año, mientras que en 2018 fue del 2% y el 2017 del 2,5%. Aunque mostramos una capacidad de resistencia clara ante los escenarios cada vez más inciertos del contexto mundial, crecemos menos y lo que es peor, los motores de Europa, el eje franco-alemán empiezan a mostrar síntomas de estancamiento. La postura proteccionista de Estados Unidos y su enfrentamiento comercial con China, así como los riesgos persistentes a un Brexit sin acuerdo, son las principales amenazas externas, pero también arrastramos debilidades internas como el exceso de deuda, el déficit energético o la falta de adecuación de nuestra industria al cambio tecnológico disruptivo que vivimos.

Alemania, al ralenti por el automóvil

De los datos presentados por Moscovici los más preocupantes son los relativos a Italia y Alemania. El país trasalpino crecerá un raquítico 0,1%, su tasa de paro se elevará al 10,9% y la deuda sobre PIB se disparará hasta el 133,7%. Por su parte, Alemania reduce su crecimiento del 1,4% del pasado año, al 0,5% en este, aunque el resto de indicadores mantienen tasas equilibradas. El principal mal que afecta a la economía germana es la debilidad continua del sector manufacturero, especialmente en la industria del automóvil, cuya demanda se ha reducido considerablemente en el último ejercicio. Estamos hablando nada menos que de la primera y la tercera economía europea a 27 -una vez se produzca el Brexit2, pero tampoco Francia supone un alivio ante este panorama, pues, su previsión de crecimiento es tan solo del 1,3%.

Necesidad de incrementos salariales Sin embargo, si bien es cierto que las exportaciones europeas se han reducido sustancialmente debilitadas por la desaceleración del comercio mundial, el mercado interior y su demanda han respondido con fortaleza. Las bondades de la Unión y su espacio único han supuesto un aumento constante del empleo. De hecho la tasa de desempleo de la UE se redujo al 6,4% y se prevé que alcance el 6,2% en 2020, mientras que la tasa de la Zona Euro se prevé que caiga a 7,7% en 2019 y a 7,3% en 2020, situándose en niveles anteriores a la crisis económica. Ante este panorama las autoridades de Bruselas recomiendan llevar a cabo nuevos incrementos salariales. No en vano los Estados miembros que representan las economías más equilibradas de la UE son las nórdicas y las bálticas, en las que los salarios medios son los más elevados de la Unión y que han llevado a cabo procesos de transformación avanzados hacia la economía circular y la digitalización.

España crece más con más desequilibrios La economía española mantiene ratios de crecimiento muy por encima de la media europea, con tasas del 2,1% para este año y del 1,9% para el próximo. La demanda privada se irá moderando, pero este hecho se verá compensado por un crecimiento gradual en la contribución de las exportaciones netas. España crece pero mantiene desequilibrios graves en sus cuentas, especialmente en su déficit público, previsto en el 2,3% para 2019, tres décimas por encima del cálculo hecho por el Ejecutivo de Pedro Sánchez y del 2% para 2020, lo que supone una desviación de hasta nueve décimas. Situación similar es la referida a la deuda pública, que se seguirá manteniendo en niveles cercanos al 100% del PIB, de las más altas de la Unión. Un comportamiento clásico de la economía española: dinamismo fuerte en los ciclos alcistas, con severos problemas estructurales que cuando se produce una crisis, aunque llega con retraso, sufre con más intensidad sus consecuencias.