LA desconfianza instalada en la sociedad en torno a su futuro, ensombrecido por los nubarrones de una crisis inédita y de proporciones previsiblemente tectónicas siembra dudas e incertidumbre acerca de si el sistema productivo-industrial vasco logrará consolidar su sostenibilidad. Las lecciones del pasado pueden aportarnos dosis de esperanza y de motivación para pensar que sí, que es posible salir adelante y conquistar de forma colectiva nuestro futuro como sociedad, por encima de las aspiraciones y de las preocupaciones individuales.

Reforzar la confianza en el enfoque vasco del derecho de propiedad, de las relaciones sociales, de las relaciones industriales, en la manera de garantizar un sentido comunitario de la vida y unos conceptos de valores resulta determinante, clave para nuestra particular brújula social, porque con estos mimbres, siendo fieles a las lecciones del pasado pero actualizándolas, modernizándolas, adaptándolas a la compleja y cambiante realidad actual seremos capaces de encontrar el faro que guíe nuestros siguientes pasos hacia la estrategia que defina nuestro lugar y nuestro papel en este mundo globalizado tan complejo y que tantas incertidumbres plantea.

No podemos pretender convertirnos en los fenicios del siglo XXI, que hoy día vienen representados por los países del sudeste asiático (China, India). Desde nuestra dinámica empresarial y social no tiene sentido pretender operar o funcionar con una estricta dinámica de abaratar costes, porque el sacrifico de derechos sociales en el altar de la competitividad no nos ha hecho mejores ni mas sostenibles.

¿Qué modelo debemos reivindicar y profundizar en el siglo XXI? El de la superación de la dimensión empresarial como una mera suma de capital y trabajo, en la concepción de empresa como un conjunto de personas unidas por un proyecto, una nueva cultura de empresa basada en la confianza recíproca. Hay que buscar alternativas al modelo tradicional de forma compartida. Si esperamos a que la mera inercia del sistema cambie la tendencia, si pretendemos aplicar recetas hasta ahora aplicadas, si nos limitamos a buscar culpables a los que reprochar lo negativo nunca superaremos las consecuencias de esta traumática crisis.

¿Cómo lograr esa catarsis, esa revolución silente pero imprescindible en el que cada vez cree más gente? Con una comunicación interna sincera, transparente, continuada. Con una relación colaborativa, que genere un sentimiento de pertenencia, con un nuevo modelo interno de relaciones laborales basado en el respeto y en la colaboración mutua entre personas, anclada en un liderazgo ejemplar. Ya no basta con pedir implicación, colaboración y compromiso, hay que ser capaces de inspirar para generar esa actitud en cada una de esas personas, dando sentido y valor a la función que éstas ejerzan dentro de la empresa.

Hay que pasar del "decir" al "hacer". Los hechos son las nuevas palabras, no basta con pedir colaboración, hay que colaborar; no basta con exigir compromiso, hay que comprometerse; no basta con quejarse de la falta de implicación, quien dirige la empresa ha de ser el primero en implicarse. En la trinchera de la confrontación se vive mejor y más cómodo que en el de la cooperación. Hay que generar un clima que favorezca la asunción compartida de los malos y los buenos momentos empresariales por parte de todos, fomentar una verdadera política de empleo y lograr la implicación responsable de los trabajadores en el futuro de nuestras empresas.

Los centros de decisión de las empresas deben de mantenerse en Euskadi. No podemos permitirnos el lujo de desmotivar la continuidad de nuestro tejido industrial. Tenemos que ser capaces ahora de generar un clima social que consolide nuestra industria, nuestro ecosistema empresarial, porque es la base para salir de la crisis, para generar empleo y para aportar recursos al sistema y garantizar así las prestaciones sociales que demanda esta crisis.

El reto compartido ha de ser lograr empresas más estables, duraderas y con mayor sentimiento de pertenencia. La percepción social de la empresa va pareja a su capacidad de creación de empleo y a su contribución al crecimiento económico porque nuestras empresas y su actividad suponen el verdadero elemento tractor de nuestra sociedad y porque generan riqueza social. Nuestra economía debe mantener el pulso y el músculo industrial para mantener unos servicios públicos que, siempre mejorables, son y serán, sin duda, la base de nuestro sistema de bienestar social.