Hemos vivido una semana europea muy turbulenta debido a las movidas aguas interiores de la gobernanza europea y donde, una vez mas los equilibrios geopolíticos han conducido a descartar la opción de colocar en los puestos dirigentes de la UE a los mejores candidatos y candidatas y en su lugar dar prioridad al logro de débiles equilibrios entre los diferentes intereses en presencia.

Frente a la frustración que provoca esta nueva oportunidad desaprovechada, merece la pena reflexionar, en positivo, sobre los diez años que ahora se cumplen del proceso de europeización de los estudios superiores, un proceso conocido como ‘Bolonia’ y que ha supuesto mucho más que el exitoso programa Erasmus.

Debatir sobre educación, formación y universidad supone necesariamente hablar de Europa: cada vez más, y con mayor intensidad, Europa, sus instituciones, deciden sobre ámbitos más cercanos a nuestro día a día. Lejos quedan los tiempos en que Europa era un mero mercado, un gran bazar sin dimensión política y sin apenas repercusión para nosotros, para los ciudadanos de a pie. Y un claro ejemplo de esta nueva realidad es el proceso conocido como ‘Bolonia’, por haberse gestado en esta ciudad italiana la Declaración que dio origen al mismo.

Cuenta el escritor Antonio Muñoz Molina en una de sus primera novelas, El Jinete Polaco, que la vida del estudiante discurre, desde los 3-4 años hasta los 23/24 en torno a un círculo temporal que le aporta seguridad: el ciclo comienza cada año en septiembre, y termina, si todo ha ido bien académicamente, en junio.. y así hasta el momento en que esa larga etapa de formación termina oficialmente (en la práctica hemos de seguir en el aprendizaje continuo).

Entonces llega la angustia, el temor al abismo, las dudas sobre cómo y cuándo insertarse en el mercado laboral... cuando nuestros jóvenes se adentran en esta fase superior de su formación, ya no hay fronteras. Y si pretenden o se ven forzados por exigencias del mercado a trabajar fuera del país en que han estudiado, hay que garantizar que se reconozcan sus estudios.

¿Supone el proceso de Bolonia una elitización de la universidad? ¿Implica establecer corsés privatizadores? ¿Se han hecho los deberes de financiación que supone el proceso? ¿Estamos en presencia de una mercantilización de la Universidad? ¿Diseña realmente un modelo educativo universitario único el proceso de Bolonia?

¿Era y sigue siendo realmente necesario afrontar este proceso de mejora de los sistemas universitarios europeos? La realidad es que existe una acreditada falta de atractivo de la educación superior europea, sobre todo comparada con EE.UU. Hace ya años que se perdió la supremacía europea en atraer estudiantes de terceros países. Pero también los estudiantes europeos marchan a Estados Unidos a hacer sus doctorados y, en un buen número de casos, no regresan. Salvo honrosas excepciones, la educación superior y la ciencia de alta calidad se hace allí.

Las universidades son, en la mayor parte de los países europeos, estructuras con sistemas de gobierno muy poco eficaces, con un personal burocratizado, sin apenas estímulos por la calidad y la productividad. Y un proceso que nos pone a todos en el escaparate y aporta transparencia sobre los procesos formativos siempre es sugerente y deseable.

No se trata, en definitiva, de un mero capricho intelectual: fortalecer el papel de nuestras universidades y mejorar su calidad, tal y como demanda nuestra ley del sistema universitario vasco, es clave para nuestro principal valor, base además de todo proceso social y productivo: nuestros jóvenes y su formación.