Vienen elecciones en Andalucía y es una oportunidad única para comprobar qué prima el marketing político. Por poner un ejemplo de actualidad: Vox acaba de confirmar como candidata a la presidencia de la Comunidad a Macarena Olona. La candidata tiene virtudes innatas para ganar el voto andaluz: es alicantina y nunca ha vivido en la Andalucía aunque sea diputada por Granada; pero se llama Macarena, que suscita allí una devoción mariana desatada, y se ha hecho una foto vestida de faralaes. En los cuatro años que vivió en Euskadi también pudo hacerse algún selfie vestida de neskita, pero no consta -lo que no significa que no exista esa imagen entrañable que a Vox le puede servir para armar una candidatura a lehendakari-.

Detrás de estos guiños folclóricos rancietes hay toda una ideología. Olona, guardia civil consorte que presentó a su bebé recien nacido en redes abrigado con el fasces del escudo del "instituto armado", mantuvo una cruzada contra las comunicaciones administrativas en euskera, las consultas municipales y las reivindicaciones de las víctimas de abusos policiales como abogada del Estado en Euskadi -de 2013 a 2017-.

No le incomoda el discurso xenófobo de su partido porque cree que no lo tiene cuando sostiene que no es cuestión de razas sino de cultura y la dominante es la suya, así que, a callar todo el mundo porque se trata de cumplir la ley. De ahí la vocación legislativa de su partido restrictiva de la diversidad cultural. Y de credo, y de género, y de orientación sexual... Y tampoco le escuece la misoginia porque recientemente se definía a sí misma: "soy libre, soy española, soy madre, soy hija, soy hermana". ¿Y mujer? ¿Y profesional? No vende a su audiencia en aquel mitin en Córdoba en el que también dijo "soy andaluza". Con ese nivel de credibilidad de la alicantina solo le falta ilustrar su campaña con Los del Río. ¡Eeeeh, Macarena!