Resulta bastante acongojante la profecía nuclear que advierte de que a Vladimir Putin se le ha ido la pinza del todo y estaría por la labor de ganar el pulso a Europa arrasando la mitad, si hace falta. El tipo tiene todo el perfil y nosotros, gatos escaldados, no vemos el modo de huir del agua. Porque hace mes y medio, nos tomamos a manipulación las advertencias de la inteligencia militar de Washington que hablaban de una inminente invasión de Ucrania. Lo fiamos al sentido común y nos topamos con una realidad mucho más compleja. Esa experiencia hace que, hoy, el miedo sea mucho más real, más tangible, y puede provocar reacciones que precipiten esa u otras situaciones igual de terroríficas.

Por miedo a lo que pueda pasar acorralamos a las fieras y estas acaban lanzando ataques desesperados. ¿Cómo salimos de esta crisis? La tentación de quitarnos de en medio a Putin no es menor. Pero, en el estado de cosas actual, apostar por provocar una reacción interna en Rusia es hablar de golpe de estado, seguramente cruento y seguramente más desestabilizador. La amenaza de que la fiera reaccione tocando todos los botones a su alcance no es desdeñable. Y, de nuevo, nuestra defensa anímica es la esperanza en un sentido común que quienes deben esgrimirlo no han acreditado. Hay pocas herramientas y ninguna fiable. La disuasión, que mantuvo una sangrienta aunque aparente paz en la guerra fría, no ha evitado llegar aquí, entre otras razones porque también creímos que era cosa del pasado cuando construíamos la Arcadia feliz.

Miramos al gigante asiático, que protege la retaguardia militar y económica de Putin. Como campeón de la globalización que es y que le ha favorecido tantísimo, necesita estabilidad para mantener abierto el negocio. Otra cosa es que sepa cómo lograrla y que la inercia de los incapaces acabe dando la razón a los profetas del Armaggedon.