NIVERSARIO de la Constitución española del 78. Hoy toca persignarse o hinchar el pecho públicamente si usted no quiere ser identificado como mal español. Quienes se sienten investidos del privilegio de establecer el baremo suelen ser muy ruidosos, asemejando una grada futbolera donde la pasión vale más que la razón. Así, en el imaginario político de la piel de toro, los constitucionalistas trascienden la mera convicción de la organización jurídica basada en el texto fruto de un proceso constituyente que ordene y garantice el funcionamiento del Estado y los derechos individuales y colectivos. No, el buen constitucionalista español no es un jurista, un técnico del procedimiento, ni puede limitarse a la convicción de que un modelo equilibrado de reparto de poderes contemple una determinada organización de los mismos y una protección de derechos que armonicen la convivencia. El constitucionalista español debe ir más allá hasta entender y sostener que la función última del texto constitucional es preservar la identidad nacional de cinco siglos, consagrada su protección a las Fuerzas Armadas. Esto le acerca bastante al concepto falangista de la unidad de destino en lo universal, lo que ya resulta inquietante per se: España es irrevocable.

Con estos mimbres, el festejo del 6 de diciembre es siempre peliagudo porque la ultraderecha ha sabido abrazar sin empacho ese concepto aunque le sobre todo lo demás del modelo constitucional. Sobre todo, lo referente a la organización descentralizada del Estado y la garantía de derechos y libertades. Así, mientras lo más jaleado de la Constitución española sea la proyección de los símbolos -bandera, himno, corona, fuerzas armadas- la grada seguirá reduciendo el texto a mero mecanismo de cohesión impuesta, coercitivo. Eso sí, con el entusiasmo propio de un gol en el último minuto. “Esa consti, oé, oé, oé”.