O hay por qué reprochar a Sánchez esa costumbre suya de llevar el inmovilismo hasta la prórroga, con todos sus ministros colgados del larguero para proteger la integridad de una portería que necesita ser perforada por interés del propio gobierno español. Sin reproches, pues, pero es muy cansino.

Si el jefe del gobierno sabe que necesita sustentarse en PNV y ERC -con el aditamento habitualmente gratuito de EH Bildu- la estrategia de dilatar por dilatar no es más que un ejercicio de toreo de salón en el que Sánchez sabe como evitar las embestidas de sus socios y también que está obligado a ello, porque "más cornás da el hambre", como dijo el maestro Manuel García El Espartero, acostumbrado a lucir las señales de los morlacos en su cuerpo.

Tan repartido está el juego que ya sus interlocutores se lo toman con paciencia porque sus recados para alcanzar un acuerdo estaban en la mesa de Sánchez desde hacía semanas. En el caso de los intereses de Euskadi, ya no hay ministro Escrivá que obstaculice el traspaso del Ingreso Mínimo Vital, por lo que ya no habrá justificación para que, en el futuro, se vuelva a poner exquisito en otros aspectos: que le llegue el toque de corneta con la misma nitidez con la que lo ha tenido que escuchar ahora y se dejará de perder un tiempo que no sobra.

Con la previsible aprobación de sus presupuestos para 2022, el presidente español se asegura cumplir su legislatura, aunque hubiera de prorrogarlos. Cara y cruz. El mecanismo de estabilidad de la negociación con socios leales, funciona si se le alimenta. Pero sin un calendario legislativo de medio y largo plazo en el que reproducir la fórmula de diálogo, Sánchez también ha dejado claro que es capaz de hacer de su capa un sayo sin prestar la menor atención a quienes le han puesto ahí y pasarse el resto de legislatura toreando por los salones de Moncloa.