A concienciación es un proceso sorprendente. El modo en que caemos en la cuenta de la necesidad de tomar posición ante los grandes debates de nuestra realidad es siempre más sencillo cuanto más lejos está el punto de atención.

Pongamos la sostenibilidad climática. Nuestro compromiso con el planeta se visibiliza más intensamente con la conservación del Amazonas que con nuestra propia huella ambiental. Ahí están los Friday For Future, donde nuestra juventud proyecta nuestras preocupaciones en demanda de soluciones cuya responsabilidad rara vez es compartida en primera persona.

Tenemos a nuestros canallas identificados (Bolsonaro, la industria de los hidrocarburos, etc.) pero tendemos a establecer responsabilidades al peso. Nuestro gramo de aportación es a veces tan minimizado que ni siquiera lo contemplamos. Tenemos muy claras las culpas del poderoso pero nos cuesta más empoderarnos cada día con nuestra acción positiva.

Además, reproducimos equivocadamente una trinchera generacional. Los jóvenes señalan a sus mayores, que a su vez les apuntan a ellos. Es un error. El verdadero calado de la transformación que necesitamos no puede venir dictado; debe germinar. Ver con claridad que la barbaridad de un Bolsonaro en la Amazonía tiene su correlación con las toneladas de residuos de un botellón o, como este fin de semana en Barcelona, con la quema de vehículos y árboles en las protestas por la disolución de una quedada. Es la misma conciencia colectiva en formación. Y debería ser motivo de una toma de posición firme intrageneracional. De lo contrario, acabaremos llevando camisetas de Greta Thunberg mientras arrasamos nuestro próximo bosque, como en los 80 y 90 del siglo pasado portábamos impreso el rostro del Ché Guevara en las noches de fiesta y discotecas.