N esto de la pandemia, superamos debates vencidos por la evidencia y nos enzarzamos en otros mucho más difíciles de desinflar porque se basan en sensaciones, impresiones y no en datos. Todavía hay quien sigue agitando los rescoldos de aquel incendio que hablaba de la lentitud de la vacunación en Euskadi aunque la reducción del flujo de vacunas, primero de Pfizer, luego de Moderna y con carácter general de AstraZeneca son una evidencia empírica. En el Consejo de Sanidad, del que participan el Ministerio y las Comunidades y, a través de sus respectivos departamentos de Salud, gobiernos de PSOE, Podemos, PNV, JxCat y PP se están curando en salud y abriendo el abanico de las expectativas a las perspectivas de llegada de viales. Esto provoca, lógicamente, una imposibilidad objetiva de fijar fechas concretas o ciclos de colectivos específicos. Si uno tiene previsto vacunar a colectivos menores de 55 años con AstraZeneca y no llegan los viales, hay que retrasar. Si las de Moderna son la mitad de las anunciadas dos semanas antes, hay que ralentizar. Y así sucesivamente. Pero no falta quien sigue inoculando el virus del malestar. Malestar entre tal colectivo o tal otro, concepto elástico donde los haya pero que deja mal cuerpo. Todos los lobys indignados porque no reciben las certezas que habitualmente ellos no dan.