L pulso político acaba siendo desbordado por la ética ciudadana cuando el primero no se acomoda a la segunda. Un caso evidente es el debate sobre la eutanasia. Políticamente transversal, el posicionamiento individual y colectivo ha dejado paulatinamente de ser mayoritariamente moral -en el sentido más religioso del término- a asentarse en la ética de los principios de igualdad y libertad de elección, inherentes a un humanismo embrión de la democracia. Un humanismo que, en occidente, hunde sus raíces en el pensamiento cristiano, auténtica revolución en términos de consideración del ser humano como sujeto de derechos y construcción de un discurso social. La propia evolución de ese pensamiento ha diluido los muros morales para asentar un fondo común mayoritario formalmente aconfesional, que no necesariamente ateo. En definitiva, las sociedades modernas hemos confeccionado una ética democrática, humanista, cuyo proximo paso son los modelos de empoderamiento pero que es compatible con una determinada moralidad en las costumbres y las creencias. Se retroalimentan de hecho y, además de la construccion formal de derechos y libertades, mucho de lo mejor de esa ética nace de conceptos como la empatía, la solidaridad y la cooperación, así como la pertenencia a la comunidad. Principios morales evolucionados a éticos.