INGUNA ninguna economía de la dimensión de la vasca -pero tampoco de la española o la alemana- ha parado la actividad, la generación de los recursos económicos que sostienen la estructura de servicios públicos y protección social, más necesaria que nunca en esta situación de pandemia. Ciertamente, suspender la concentración de personas en centros de trabajo o educativos, dibuja sobre el papel una menor movilidad y hay una cierta doctrina, claramente ideológica, que pide parar el país. No se acompaña de un análisis fáctico que podría haber concluido que, por ejemplo, está teniendo más incidencia la climatología y los usos sociales en la extensión del coronavirus. Parar el país es dejar de generar recursos; pero necesitamos ampliarlos, así que en ese discurso se reclama más endeudamiento; pagar esa deuda, requiere generar más riqueza; con el país incapaz de hacerlo llega el discurso de su redistribución: "Que paguen más los que más tienen"; y señalan a las empresas, que dejan de crear empleo; "¡colectivicemos su fracaso!". Y la experiencia dice que la calidad del empleo, el bienestar y el poder adquisitivo de los trabajadores es el primer factor de reparto. A la baja. La estrategia del conflicto que arraiga en el sector público es parte de ello, se disfraza de mejoras en las condiciones laborales pero anhela un modelo que lleva fracasando un siglo.