UNA semana llevan en Madrid reunidos con el clima del planeta en el centro del debate, que no de las soluciones. Hoy empiezan a meter mano los ministros de los estados asistentes y la cosa no apunta a que vaya a mejorar. Andamos distraídos con discernir si las vacas nos hacen más daño con sus emisiones de metano o con el exceso de carne roja en nuestra dieta; una novedad sobre aquel otro debate sobre si la sobreproducción de soja para biodiésel está liquidando la masa forestal a ritmo de hecatombe. Un afán absurdo habida cuenta de que entre las pocas evidencias constatadas en la cita mundial durante la semana pasada fue precisamente la negativa de muchos representantes de diversos países a que se incorporen precisamente las evidencias científicas al documento de la cumbre. Si empezamos por negar los hechos y su proyección, no podemos pretender salir de aquí con mayor esperanza de supervivencia para la especie. La carrera que deberíamos estar disputándole al deterioro del planeta para rescatarle de nuestros excesos sigue orientada, en cambio, en reclamar el derecho a contaminar como factor de desarrollo. Y lo esgrimen, por supuesto, los que más contaminan con independencia de su grado de desarrollo. Los intereses económicos del modelo de producción intensiva y dependencia energética de los combustibles fósiles siguen poniendo las reglas de esa carrera. Y vale casi todo. Desde meterse codos en la sobre explotación de recursos naturales a pagarse campañas negacionistas para apaciguar al consumidor. Y seguimos corriendo en la dirección de perder. Siempre habrá algún Trump de guardia dispuesto a darnos impulso cuando rondemos el abismo.