SE hace difícil compartir algunos discursos que pretenden ser protectores del medio ambiente cuando se topa uno con actitudes inconsecuentes. Es más que evidente que en Euskadi tenemos una asignatura pendiente en materia de políticas ambientales, no tanto porque no hayamos reflexionado en el pasado sobre las necesidades a satisfacer como por el hecho de que materializarlas no ha contado con el consenso preciso. Uno de los grandes retos es la sostenibilidad energética y, ahí, estamos suspendidos por nuestra dependencia de los combustibles fósiles. Durante años, los emplazamientos de parques eólicos han estado paralizados por una pugna de recursos y movilización que cuestionan su impacto ambiental. El parque eólico tiene que estar donde haya viento, como el fotovoltaico donde haya sol. Y, sí; ambos generan impacto pero reducen otros peores. Otro ejemplo es el de las infraestructuras. Pongamos la más controvertida de hoy día: la línea de alta velocidad ferroviaria. Cara y atravesando nuestros verdes montes. Un informe fiscalizador del Tribunal de Cuentas Europeo criticaba la gestión de los gobiernos europeos por ineficiente. Ese rábano se exhibió agarrado por las hojas por quienes niegan estos días que la inversión sea ambientalmente defendible, evitando el primer punto del resumen del citado informe que dice: “El ferrocarril de alta velocidad es un modo de transporte cómodo, seguro, flexible y sostenible desde el punto de vista ambiental. Aporta beneficios socioeconómicos y de rendimiento medioambiental que pueden servir para apoyar los objetivos de la política de transporte y cohesión de la UE”. Es decir, ponernos rojos un día o colorados toda la vida.