SE estrena el primer lunes de septiembre con esa modorra que arrastra el irremediable final del verano y casi como amenaza, arranca el curso político. Congelado el gobierno en la canícula estival, se afirma que las vacaciones nunca están en funciones y que se inventaron precisamente para que sus protagonistas puedan darse el lujo de desaparecer. Depende. Si la puesta en marcha de un gobierno se debe a algunos movimientos, solo hay una razón para que no los haya: no desear que haya gobierno. Lo que viene a ser un lujo. Se habla de los puentes rotos entre Sánchez e Iglesias y más le valdría a este último dejar de mencionar opciones de coalición porque no se darán. Como mucho, a Unidas Podemos la bala de ser una oposición a Sánchez le dejaría al menos un camino lejos de ser el subalterno del gobierno para empezar a ordenar su casa. Intentar mandar en poco y en medio del caos interno nada le envidia al vértigo de unas nuevas elecciones para un partido ahora amortajado en una calle ciega. La oferta programática de Sánchez a Iglesias parece esos fuegos artificiales sin demasiado fuste para tener entretenido al personal y regalarle ese gesto de levantar el mentón del decoro por aquello de mirar hacia arriba. Quedan tres semanas para que termine el plazo y evitar unas nuevas elecciones y, como el final del verano, todo tiene ya un olor fatal. Si nada se hizo por el éxito de una investidura en julio no parece complicado adivinar que, sin nuevos elementos, la investidura muera de éxito y en septiembre, haya milagro. Comienza un inexistente curso político porque lo que en realidad arranca es la precampaña, siempre conjuntada con Sánchez, para las cuartas elecciones generales en cuatro años.