VAN pasando los días y se van retratando algunas estrategias postelectorales para encarar la configuración de instituciones. Entre los fenómenos curiosos pero al parecer extendidos está una suerte de instinto de conservación que están acreditando aquellos proyectos que nacieron con ínfulas de ganador pero a los que el paso por las urnas les ha dejado con la necesidad de sobrevivir por encima de otras consideraciones. El primero en verle las orejas al lobo fue Manuel Valls. Él ya sabe lo que es verse amortizado de un día para otro porque su carrera política en Francia concluyó abruptamente tras haber ejercido como ministro de Interior, primero y primer ministro, después, al calor del Partido Socialista. Su apuesta por intentar seguir viviendo de la política aliándose a Ciudadanos como alcaldable de Barcelona le ha salido por la culata y, sin encomendarse al cielo ni al infierno, se descolgó con una oferta a Ada Colau y también para el candidato del PSC -Jaume Collboni- ofreciéndole sin condiciones unos votos que no son suyos. Porque los seis ediles de la candidatura conjunta de Valls y Ciudadanos no le pertenecen, pero el oriundo entiende que necesita intercambiarlos por su supervivencia política y lleva camino de convertir lo suyo en un cisma con el partido de Rivera y acabar en un rincón del ayuntamiento de Barcelona. El otro imaginativo ha sido Íñigo Errejón, que también ha patinado de lo suyo en Madrid y se ofrece a PSOE y Ciudadanos para que no gobierne la derecha. Y para no ir diluyéndose en una legislatura que huele a sálvese quien pueda en Podemos y en quienes abjuraron de ellos. Y la nave va, como diría Fellini.