En las últimas semanas la política internacional se ha convertido en tema de conversación cotidiana. Las órdenes ejecutivas de PataTrump han descubierto a mucha gente el alcance de la expresión “mundo global”. En ese contexto se afrontan debates que llevamos demasiado tiempo aplazando gracias a los dividendos de la paz. Porque durante décadas hemos delegado asuntos clave para la autonomía estratégica y la defensa del conjunto de Europa en la capacidad militar de los Estados Unidos.
Por eso en todos los estados europeos el debate hoy es el de la defensa y a continuación el de los recursos que deberemos dedicar a financiar una estructura imprescindible para que podamos sumarnos, como uno más, al concierto de agentes globales. Todos los estados de nuestro entorno viven ya ese debate. Por estos lares vamos tarde. Y no es de extrañar. Vienen debates de calado. Decisiones que no puede esperar. Que necesitan liderazgos y responsabilidad a la altura de lo que nos jugamos. Y no pocos agentes tratan de explotar los últimos retazos de un modelo de negocio político que se acaba.
Porque los retos que tenemos que afrontar son incompatibles con postureos tan poco progresistas como los que atascan aquí nuestro debate sobre la reforma fiscal. Que no aguantan la nueva pantomima del líder de la oposición española para ponerse de perfil. El por qué y el para qué se van a imponer en los próximos meses al con quiénes. Se romperán las costuras de los muchos más preocupados por parecer que por ser, por predicar que por hacer. Se acaba el chollo para los profetas que llevan décadas sin dar ni una mientras el país progresa gracias a decisiones que hicieron trizas sus equivocados augurios.
Malos tiempos para esa lírica.