Soy enfermera, con casi 11 años de experiencia en el Servicio Vasco de Salud, y me gustaría transmitiros cómo me siento frente a la situación que estamos viviendo como profesionales y como colectivo.
He trabajado en Inglaterra y Madrid y, a lo largo de los años, he visto cómo el sistema sanitario vasco ha ido decayendo a pasos agigantados, acelerándose aún más en los últimos tiempos. Como miembro del colectivo de enfermería, estoy experimentando en primera persona sus consecuencias. En realidad, podría hablar de los profesionales sanitarios en general, pero me centraré en lo que conozco de primera mano.
La carga de trabajo es tan grande que no podemos asumir el número de pacientes que se nos asigna. Hay turnos en los que apenas tenemos tiempo para estar con el paciente, en los que corremos de un lado a otro, sobreviviendo como podemos. Los incidentes de seguridad ocurren de forma habitual en las unidades, y lo cierto es que esto es preocupante cuando hablamos de vidas humanas.
La enfermería siempre se ha caracterizado por el compañerismo y la vocación, pero ninguna de esas dos cosas basta ante la situación que enfrentamos. A esto se suma la falta de estabilidad laboral debido al tipo de contratos que se ofrecen, con una duración de tan solo uno, dos o tres días. Estos contratos implican un cambio continuo de unidades que funcionan de manera distinta y la incertidumbre de estar pendiente de una llamada telefónica, sin saber si hoy habrá suerte o si realmente se valorará la experiencia.
Un gran número de nosotros nos planteamos dejar la profesión o, en mi caso, marcharnos a otro país donde podamos ejercer como los profesionales y las personas que realmente somos.
Mi enfado, frustración y decepción son inmensos. He reescrito este artículo varias veces para tratar de enfocarlo de una manera distinta, pero tengo que admitir que me cuesta muchísimo. Tras la pandemia, he vivido en primera persona un estrés postraumático que me costó dos años superar, y es difícil escribir estas líneas sin imaginar la expresión de muchas de mis compañeras y la mía propia: rostros desgastados, con la ilusión apagada. Cuidar a quienes nos cuidan es fundamental.
Siempre he luchado por hacer las cosas de una manera diferente si ello implica una mejor calidad asistencial y un ambiente de trabajo que contribuya a minimizar riesgos. Por eso, intenté dar otro enfoque a estas líneas. Un enfoque que llegue a quienes toman las decisiones, para que actúen de una vez por todas.
Soy consciente de que gestionar no debe de ser fácil, pero también sé que no se puede dirigir exclusivamente desde un despacho. Podría enumerar muchas maneras de hacer las cosas de forma distinta y plantear diversas soluciones, pero lo cierto es que las soluciones están claras. La pregunta es, primero, si estáis dispuestos a oírnos y, segundo, si estáis dispuestos a escucharnos.
Ojalá encontréis la forma de empezar a solucionar una situación que ha llegado demasiado lejos. Ojalá empecéis, de verdad, a daros cuenta de que la sanidad pública es un regalo y que una sanidad digna es un privilegio que todos merecemos.
Espero, de corazón, poder quedarme, porque lo cierto es que no me gustaría marcharme de nuevo.